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¿Se puede aprender, trabajar y vivir sin violencia?


Yolanda Ruiz

25 de julio de 2024 - 12:05 a. m.

A las sociedades les toma tiempo cambiar hábitos y desechar comportamientos que se consideraron válidos durante generaciones. Todavía hay personas en situación de esclavitud, todavía hoy se pregona que “la letra con sangre entra” y que trabajar más allá de lo debido y sin descanso es fortaleza de carácter. El caso de la médica Catalina Gutiérrez pone de presente la necesidad de cambiar maneras de trabajar y de formarse en las cuales se olvida al ser humano y se lo lleva al extremo porque eso se considera un “valor”.

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Este caso tiene muchas aristas y sería bueno que especialistas de distintas áreas nos ayuden a entender para avanzar en una nueva cultura de la educación y el trabajo. Esto tiene que ver con el aprendizaje y la pedagogía, los derechos laborales, la salud mental, la ética del trabajo y las relaciones de poder. El verdadero valor no es dejar la vida y la salud para conquistar una meta. Nos han vendido que solamente el que renuncia a sí mismo es exitoso y los demás son mediocres, frágiles, perdedores. El verdadero valor es poder aprender, trabajar y vivir sin violencia. Eso no significa que no haya exigencia y que no se busquen altos niveles de calidad: significa poder hacerlo sin vulnerar los derechos humanos.

Cuando comencé a trabajar mi jornada comenzaba a las 4 de la mañana y podía terminar a las 7 de la noche o más. Esto se consideraba normal porque en las salas de redacción, como en los hospitales, se pensaba (todavía muchos lo creen) que como nuestro oficio no tiene horario ni fecha en el calendario, hay que estar dispuestos a trabajar 24/7. Es cierto que las noticias, como las enfermedades o las emergencias médicas, no dan espera, pero el tiempo de las personas y sus capacidades humanas sí tienen límites y respetar turnos, rotar personal y contratar más trabajadores deberían ser prácticas obligatorias para no llevar a extremos a las personas. Hay momentos extraordinarios que nos obligan a más, por supuesto, pero deben ser eso: extraordinarios y no lo habitual.

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El maltrato verbal, físico y psicológico es parte del diario vivir de miles de trabajadores y estudiantes: humillaciones, insultos, amenazas de despido o expulsión. En los relatos después de la muerte de la doctora Catalina, además de los muchos testimonios de abuso, por fortuna también han salido a relucir las historias de médicos, maestros y líderes que trabajan y educan de otra manera. Se puede enseñar y liderar sin agredir, y los equipos que funcionan en medio del respeto tienden a dar mejores resultados.

No es un valor trabajar más o permanecer más horas en una oficina porque hay que “ponerse la camiseta”. Hay que trabajar, cumplir bien las tareas, ser eficientes, pero reclamar respeto o el derecho al descanso no es “flojera” como les dicen a los jóvenes que hoy no quieren “matarse” por el éxito como era usual. La conquista de las 8 horas de trabajo que costó sangre a quienes dieron en su momento la batalla se ha perdido, porque las normas se estiran para obligar a laborar más allá de lo legal. No es normal que un celador tenga turnos de 12 horas y que cuando “se doble” los turnos sean de 24, tampoco lo es para un médico, una enfermera o un periodista. El cerebro no da, el cuerpo no da, la salud mental se afecta.

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La conectividad ha llevado el trabajo a la casa y a las horas de descanso. Esta sociedad tiene que poner en su lista de prioridades la atención en salud mental, y eso pasa por dar a estudiantes y trabajadores entornos seguros y de respeto. El poder, la superioridad jerárquica, la condición de jefe o profesor no es licencia para todo. El miedo que paraliza a los subalternos cuando son agredidos y los castigos por hablar o quejarse hacen invisibles esas realidades. Por eso la muerte de Catalina nos debe llevar a reflexionar para buscar cambios legales y culturales.

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