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Los hombres han acosado y violentado a las mujeres por siglos con total impunidad. Hoy miles de ellos lo siguen haciendo, pero el velo que cubría los hechos se va corriendo y la valentía de mujeres que deciden contar sus historias nos permite entender lo que hay detrás de una práctica recurrente que les ha servido a muchos para ejercer ese poder que los hace sentir machitos y seductores mientras agreden. Hace siete años decía en este espacio que no es lo mismo el juego de la seducción que el acoso y que desde el poder era frecuente la violencia de género. La pregunta ahora es si desde ese poder se seguirá protegiendo a los acosadores.
La francesa Gisèle Pelicot, la mujer que descubrió haber sido víctima de violación por parte de su marido y de muchos hombres a quienes él contactaba por internet, nos recordó con una inmensa dignidad que “la vergüenza debe cambiar de bando”. De eso se trata: que los violadores y también los acosadores sientan el repudio de la sociedad, asuman sus culpas, respondan ante la justicia y no se sientan con el derecho a justificar sus agresiones. “La culpa no era mía… el violador eres tú”, decía el estribillo de la canción del grupo chileno Las Tesis y que se viralizó en todo el planeta. Y hay que agregar “el acosador eres tú”.
Las denuncias se conocen en Colombia y debemos rodear a las víctimas, generarles un entorno seguro para que puedan hablar, y exigir a la justicia que actúe con rapidez y sin revictimizarlas. Y mientras la justicia avanza, la sanción social es lo primero. Quitar la culpa de la mujer agredida y ponerla en el agresor: dejar de preguntar por qué aceptó una invitación, por qué se vistió de una manera, por qué no se fue, por qué aceptó un vino, por qué “se dejó”. La culpa nunca es de la víctima y la sanción debe caer sobre el agresor.
El debido proceso que se reclama para los victimarios, y al cual tienen derecho sin ninguna duda, también se debe aplicar a las víctimas y por eso la presunción de inocencia no es solamente para ellos, es también y primero para ellas porque son las agredidas, las que denuncian. Al hacerlo vencen el miedo y las barreras que genera la vulnerabilidad para enfrentar a esos que las amenazaron amparados en una posición de poder que muchas veces significa impunidad.
Si se trata de funcionarios públicos, más allá de lo que haga la justicia, la sanción también debe ser política para mandar un mensaje de cero tolerancia ante la violencia de género. El compromiso con los derechos de las mujeres no es un asunto de frases elocuentes para agitar en las plazas públicas o en las redes sociales. Ese compromiso se debe traducir en apoyo real a las víctimas y eso significa no respaldar a quienes tienen denuncias por acoso o abuso. Que se defiendan con todas las garantías legales y procesales ante los jueces, pero sin usar la protección que les da un cargo del Estado.
Es lamentable que todavía hoy se acepte que sigan en sus puestos y se proteja a funcionarios que han tenido reiteradas denuncias por abuso, acoso o violencia de género. El mundo cambia y no es tiempo de silencio ni complicidad. Las mujeres que denuncian deben tener el apoyo de todos, empezando por quienes toman las decisiones en las instancias de poder. Tolerancia cero.
