Con Trump, los niños también lloran

Beatriz Miranda
27 de junio de 2018 - 02:00 a. m.

En los últimos días, gritos y llantos de niños separados cruelmente de sus padres dieron la vuelta al mundo. Eran escenas inhumanas resultantes de la política inmigratoria del presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Estos niños son sobre todo provenientes de los países del Triángulo Norte —Guatemala, El Salvador y Honduras—, países devastados por la violencia.

Según altos funcionarios del Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos, bajo la nueva política de inmigración, cuya consigna es “tolerancia cero”, el gobierno del presidente Donald Trump separó a más de 2.500 niños de sus padres. Esta estrategia dolorosa tiene el objetivo de disminuir la inmigración ilegal en la frontera México-Estados Unidos.

A partir de esta cruzada contra la inmigración ilegal, el gobierno estadounidense autorizó procesar penalmente a los adultos que llegan irregularmente al país, algo que anteriormente no ocurría. Esta decisión provocó la separación de los niños de sus padres, temporalmente privados de libertad.

Ante la fuerte indignación de opositores y aliados, el presidente Donald Trump firmó el miércoles pasado una orden ejecutiva para poner fin a la separación familiar, pero no determinó la reunificación inmediata de las ya separadas.

Según el periódico Washington Post, por medio del procedimiento rutinario, los padres son trasladados a cárceles de inmigración dirigidas por el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, con poca posibilidad de saber dónde están sus hijos ni cómo recuperar la custodia.

Según fuentes del Departamento de Seguridad Nacional, aproximadamente 522 niños se han reunido con su familia; 2.053 siguen recluidos.

Todo indica que separar a los niños de sus familias fue una estrategia fríamente calculada para aterrorizar a los inmigrantes ilegales y “presionar a los demócratas para que aprobaran una nueva ley que eliminara los beneficios de las actuales leyes migratorias y que además autorizaran US$25.000 millones para la construcción del muro”.

El director de cine Michael Moore hizo un llamado en Facebook a defender a los hijos de inmigrantes separados de sus padres, a averiguar en la zona donde viven, dónde “están encerrados los niños que la Seguridad Nacional secuestró, en 18 estados tienen cárceles donde encerraron a estos niños”, y señaló que la política de abuso infantil hace parte de la historia de su país:

“¡Ah, Estados Unidos! Pasamos de separar a los bebés indígenas de sus padres (y luego exterminarlos), a robar bebés de sus padres esclavos (y luego revenderlos como esclavos), a construir un país basado en el trabajo infantil (trabajando en fábricas desde los ocho años), a encarcelar niños japoneses-americanos en campos de internación, a permitir que sacerdotes abusen sexualmente de niños durante décadas, (…) a convertir nuestras escuelas en campos de exterminio porque amamos nuestras armas más que lo que amamos a nuestros niños”.

Pocas horas después de la firma del decreto que determinó el fin de la separación familiar, el presidente Donald Trump vuelve y juega: pide deportación inmediata de los inmigrantes que cruzan ilegalmente la frontera, sin la oportunidad de comparecer ante un juez, lo que denota la eliminación de derechos mínimos y una violación más al debido proceso.

Con una América Latina cada vez más ubicada al margen derecho, ojalá este cuadro doloroso, otrora atribuido a dictaduras, cuyas víctimas son niños de países que no tienen voz, no sea visto solamente como una variable de política doméstica de Estados Unidos. La cuestión no es que la derecha avance, sino la voracidad con la que emerge.

* Profesora Universidad Externado de Colombia.

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