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Confío plenamente en Rocio Arias

Gustavo Gómez Córdoba
04 de septiembre de 2008 - 01:47 a. m.

NO ESTOY MUY SEGURO DE QUE GUStavo Vasco pueda mantener a flote ese barco enorme que es el Teatro Nacional.

Hablo con sinceridad y sin nada oculto bajo la lengua, pues reconozco que no sería más que un prejuicio barato el descalificarlo por sus pasiones políticas, virgilizando esta columna, cuando la intención es otra muy diferente. Además, si está demostrado que puede administrarse el país como se administra una finca, ¡cómo no va a poder gerenciarse una empresa teatral como se gerencia un sanedrín! El asunto, ya verán, nada tiene que ver con política criolla.

Pasa, y de ahí mi preocupación, que no creo que el Teatro Nacional se sostenga conducido por un cuerpo colegiado en armonía con la figura presidencial de Vasco, tal y como ha quedado planteado tras la muerte de Fanny Mikey. Y aunque Vasco es hábil en el manejo de “presidente”, “barco” y muchas otras palabras que hacen parte de esta columna y del problema, el Teatro Nacional, vuelvo a la idea, no necesita ni presidente ni gerente ni administrador.

Lo que le urge es alguien que sea el Teatro Nacional y que el Teatro Nacional sea esa persona. En el caso de Fanny no hay que perder tiempo y tinta en explicaciones, porque todo mundo sabe que ella era el Teatro Nacional y que el Teatro Nacional era ella. La parte complicada es imaginar que alguien más pueda representar lo que fue Fanny. Pero, estén seguros, sin desconocer su buena voluntad y su experiencia, esa persona no va a ser Gustavo Vasco. Mucho menos en presencia de una muy deliberante junta, porque, siento decirlo, a veces la democracia es peligrosa.

Recuerdo una escena de Marea roja (Crimson tide), emotiva película sobre la crisis nuclear que se vive en el submarino norteamericano USS Alabama. En una escena espléndida, luego de que el segundo de abordo, el teniente comandante Hunter (Denzel Washington), reta verbalmente en pleno puente al capitán Ramsey (Gene Hackman), ambos se reúnen en privado y Ramsey le recuerda a Hunter que “en esta nave estamos para defender la democracia, no para practicarla”. A lo nuestro: dudo mucho que sea el momento para que Vasco sea nuestro Ramsey; mucho menos un alevoso pero magnético Hunter.

El Teatro Nacional necesita de alguien vigoroso que respire el proyecto, que se atreva a fusionarse con él y que logre que todos le creamos el cuento. De lo contrario, la Fundación y el Iberoamericano comenzarán un lento pero seguro proceso de declive y, quizá con suerte, terminarán convertidos en parte de algún programa cultural de la Nación o del Distrito. Vasco debe tener la gallardía de hacerse a un lado y la junta está en la obligación de aceptar que el proyecto necesita de un verdadero y fresco “gallo” como timonel. Uno solo.

Dirán algunos que me expongo, si dejo las cosas en este punto, a convertirme en un médico deplorable, de esos que aproximan el diagnóstico, pero se resisten a sugerir un tratamiento adecuado. Diré entonces que se me ocurre un nombre: Rocio (sin tilde, como ella lo ha dispuesto siempre) Arias Hoffman. Quienes la conocen saben que tengo razón, y quienes no pueden preguntar por ella y recibir referencias de oro: española con arrestos de colombiana, terca como una mula de arriero, enamorada del arte y de la cultura, esclava de sus principios, insistente y casi insoportable a la hora de conseguir recursos y, por si acaso, devota de Fanny Mikey, Rogelio Salmona y Javier de Nicoló. Ella, digo yo, es la persona.

Supongo que presentar su nombre a consideración no generará para ella, ya que estamos en Colombia, más que dolores de cabeza y estaré enfrentándola a enemigos gratuitos que automáticamente la picarán con palabras animadas por la envidia. Pero creo que Rocio Arias, o alguien que se le parezca muchísimo, es la salvación del Teatro Nacional, y por eso la expongo a la ira de los malquerientes (ella, hoy por hoy, sólo está vacunada contra los malpensantes). Rocio debe entender que esta postulación es inconsulta porque, volviendo al cine naval, “en esta columna estamos para defender la democracia, no para practicarla”.

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