Conflictos entre vecinos

Arlene B. Tickner
06 de marzo de 2019 - 02:00 a. m.

En estos días, nuestra obsesión entendible con la situación en Venezuela ha opacado el conflicto entre India y Pakistán, que ha puesto a prueba la hipótesis de que la posesión de armas nucleares por parte de dos países es disuasión suficiente para que estos no se ataquen.

El 14 de febrero hubo un bombardeo suicida en el lado indio de Cachemira, rota en dos desde la partición de la India y la creación de Pakistán, en 1947. El militante cachemiro responsable del acto pertenecía al grupo Jaish-e-Mohammed (JeM), que opera en territorio vecino con el beneplácito paquistaní y reivindica la unificación de Cachemira bajo control de Pakistán.

El gobierno de Nareda Modi respondió a esta provocación con la movilización de tropas en la línea de control —la frontera no oficial que divide a Cachemira— y el bombardeo aéreo de un supuesto centro de entrenamiento de Jaish ubicado en Pakistán, algo que no había ocurrido desde la guerra de 1971. Islamabad contraatacó derribando dos jets indios y la captura de uno de sus pilotos.

Sin embargo, ante el peligro de una mayor escalada de tensiones y la presión discreta de la comunidad internacional, el primer ministro paquistaní, Imran Khan, liberó al piloto sin condiciones e hizo un llamado al diálogo. En entrevista esta semana con la prensa, se comprometió también a combatir más enérgicamente a los grupos extremistas, una apuesta tal vez más mediática que otra cosa para evitar el estatus y la posible sanción como “paria”.

Aunque tuviera intenciones genuinas de controlar a quienes actúan en su territorio, el problema central de Khan es el poder limitado que ejerce sobre los militares en Pakistán. A su vez, Modi no tiene incentivo alguno de aceptar los gestos conciliatorios de su homólogo, ya que mantener una posición de mano dura frente al terrorismo islámico y el “enemigo” paquistaní, y abandonar la “moderación estratégica” característica de la conducta india en el pasado se estima clave para triunfar en las próximas elecciones generales.

Así, cualquier acto nuevo de violencia en la frontera cachemira podría escalar y descontrolarse rápidamente, llevando a India y Pakistán más cerca del impensable escenario nuclear.

En medio de todo está Cachemira, que ha sido usada como peón en la histórica disputa entre dos proyectos mutuamente excluyentes de nación. El endurecimiento de las políticas de seguridad de Modi se refleja en una estrategia más represiva en la parte india de Cachemira, consistente en la militarización de la zona y la violación de los derechos humanos de sus habitantes.

Entre las tácticas más condenables empleadas para controlar las manifestaciones en contra del gobierno indio —que desde 2000 se han tornado principalmente pacíficas— es el uso de pistolas de balines que han provocado la pérdida de visión de unas 3.000 personas, incluyendo mujeres y niños.

Por más lejano que parezca, las lecciones de este conflicto, que incluyen la indeseabilidad de la instrumentalización política de las tensiones vecinales, el peligro de que cualquier agresión fronterizo se escale de forma inmediata y la importancia de encontrar fórmulas de convivencia pacífica aun en medio de la diferencia extrema, son de obligada reflexión en nuestra coyuntura actual.

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