Contra el fanatismo, lectura

Yolanda Ruiz
25 de abril de 2019 - 05:00 a. m.

Debe ser porque llegó la Feria del Libro y es un evento que me emociona o porque las letras son siempre un refugio para todas mis angustias, pero esta semana ando optimista y voy a contarles por qué: es la primera vez que después de poner un trino en Twitter no recibo algún insulto o una respuesta agresiva. Me pasó el martes, el Día del Idioma, el Día del Libro. Saludé la fecha y, como muchos otros, lancé una invitación sencilla para hablar de libros. Estuve todo el día entretenida viendo títulos nuevos y viejos que compartían unos y otros sin agresiones. Pensé entonces de nuevo que las palabras tienen la fórmula mágica para combatir fundamentalismos. Los libros pueden ser antídoto contra la violencia. Eso quiero creer en mi inocencia.

Me sorprendió de verdad ver decenas de comentarios recomendando lecturas de autores tan diversos como Proust, Cortázar, Sábato, Camus, Gabo, Andrés Caicedo, José Ingenieros, Flaubert, Kundera, Isabel Allende, Henry Miller y una lista interminable de clásicos y novedades de todos los calibres y para todos los gustos. Muchos citaron la Biblia, otros leyeron trozos de sus libros favoritos. Entre los escritores de hoy en Colombia hablaron de Ricardo Silva Romero, Juan Gabriel Vásquez, Fernando Vallejo, Alejandro Gaviria, Héctor Abad Faciolince y muchos más. Fueron horas fascinantes: recordé viejas lecturas, vi que mis gustos son compartidos por muchos, descubrí libros que no tenía en el radar, viajé en el tiempo reviviendo historias que había olvidado y sobre todo sentí que sí es posible hablar de algo sin agresividad. Nadie cuestionó el gusto de otro por sencillo o excéntrico que fuera.

Ninguna noticia grande o pequeña se había quedado en mi cuenta de Twitter sin los adjetivos descalificadores, agresivos o insultantes. Ni siquiera la condena que expresé ante la muerte de un bebé de siete meses hace unos días se salvó de muchas frases desobligantes que mi alma no logró procesar. No me cabe que alguien le encuentre sentido político o justificación alguna a la muerte de un bebé. Y puedo contar historias similares detrás de todos y cada uno de los mensajes que comparto en Twitter: polarización y pelea. Con los libros fue distinto. Yo creo que hubo magia y que los espíritus de Cervantes y Shakespeare que se mezclan de alguna extraña manera en ese día especial estuvieron por ahí inspirando a los lectores tuiteros.

Quiero creer que todos de una u otra manera tenemos un libro en el corazón. Seamos o no lectores habituales, guardamos ese cuento que nos leyeron de niños, ese poema que logró entender lo que el alma nos estaba gritando o ese autor que nos cautivó sin esfuerzo porque llegó con sus letras en el momento justo. La palabra crea, enseña, abre mentes y universos y por eso puede ser un espacio en el que nos encontremos muchos de mil maneras. Los libros son, además, una herramienta para entender otras formas de pensar y relatar, nos ayudan a mirar distinto, a imaginar mundos posibles e imposibles y a descubrir matices. Muchos de los comentarios en Twitter hablaban de libros que cambiaron una vida. Ese es el poder de las palabras si las dejamos entrar, si tenemos la capacidad de leerlas y escucharlas. Ahora bien, si fue que no vi el insulto, por favor no me cuenten, prefiero no verlo ni enterarme.

En esa sinfonía de autores y de letras yo aporté los míos para recomendar siempre a Cortázar, Rulfo y los poemas de Szymborska. Con un verso sacado de la mitad de un poema de ella los dejo para seguir creyendo que el mundo puede ser distinto si por lo menos podemos hablar de libros y lecturas sin agredirnos: “Prefiero lo ridículo de escribir poemas / a lo ridículo de no escribirlos”.

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