Corrupción y juventud

Mario Méndez
21 de agosto de 2017 - 02:00 a. m.

Dedicarle una especie de saga al asunto de la corrupción ha implicado sumergirse en un estercolero. Mientras escribimos, van saliendo a la luz nuevos episodios de este flagelo humillante para la población, que espera servicios, infraestructura para el desarrollo que parece asomarse en una etapa de posacuerdo, y unas condiciones que posibiliten la existencia de la Colombia menos dura que esperamos.

El momento que vivimos implica que la gente joven pudiera asumir acríticamente el “papayazo” como algo normal, ya que de su contexto social emana esa práctica que en forma paulatina se torna un hecho tolerable y aceptado en el día a día de la contratación, de la “tajada”, del CVY (Cómo voy yo). Cabe aquí también acudir a Les Luthiers para analizar y disfrutar un humor inteligente —como debe ser el verdadero humor— con el cual los geniales argentinos ven el mundo social. Dicen los admirados musicríticos: “los honestos son inadaptados sociales”.

Para ver la contundencia de la incisiva frase, basta asomarse desprevenidamente a nuestra cultura y “aceptarla” (¡!) como va siendo o ya es. Así encajaría bien la expresión leluthieresca, pues en ella el honesto desentona, como desentona cualquier elemento que se sale de la norma. Ocurre lo mismo, pero a la inversa, cuando, como lo hemos señalado, un colombiano llega a otra cultura cuyos parámetros de conducta ciudadana se cumplen en alto grado.

De otro lado, queremos contrastar dos experiencias. En un encuentro que tenía por objeto desatar ideas para descubrir vocaciones universitarias o formaciones afines, encontramos con asombro y pesadumbre que, ante un cuestionario sencillo, algunos de los bachilleres en cierne señalaban como sus aspiraciones ser unos “duros”, citando como ejemplo el nombre de un señor moralmente mal encaminado y con quien les gustaría trabajar, o al menos emularlo.

Pero hay ejemplos que se contraponen a ese ingrato ejercicio de orientación profesional. La expresión crítica desde estas páginas nos ha permitido —¡qué bueno!— escuchar con interés a los jóvenes con quienes hablamos frecuentemente en el barrio, en nuestras actividades cotidianas, en grupos informales, en espacios literarios, y que se muestran de acuerdo con nuestros planteamientos periodísticos o académicos. Por fortuna, todavía no están contaminados, pero corren riesgos.

Estimulante invitación. Hace poco nos reunimos con las alumnas de grado octavo del Colegio San José, de Bogotá. Querían estas niñas, cuyas edades están alrededor de los 13 años, conversar sobre cómo nacen y se desarrollan las inquietudes que ventilamos. ¡Qué chévere tropezar con este remanso de jovencitas que buscan entender y asimilar lo que hallan ante sus ojos! Nos reconforta el contacto con preadolescentes que merecen toda la atención posible, pues pudieran ser muestra y germen de una generación que rechace la idea de hundirse como tejido social. Pero hay que trabajar mucho en la tarea de inducir al rechazo de lo torcido.

El pasivo pensional de Telecom. No obstante la promulgación de la ley según la cual la Nación responde por este pasivo, no se produce su reglamentación, y la mesada de noviembre está en vilo, dicen los implicados. ¿Qué dirá el Gobierno?

* Sociólogo Universidad Nacional.

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