Costas pobres, pobres costas

Julio Carrizosa Umaña
20 de febrero de 2017 - 02:00 a. m.

Sólo en Colombia hay más pobres en las costas que en el interior.

En la mayoría de los países, como en los Estados Unidos, la riqueza se acumula alrededor de los grandes puertos y en las magníficas metrópolis costeras en donde viven las élites, y la pobreza crece en las pequeñas ciudades del interior, caracterizadas por la persistencia de la producción manufacturera y agrícola.

La situación en nuestras costas es diferente. En la del Pacífico, todavía una de las más lluviosas y biodiversas del planeta, las culturas indígenas y africanas son ejemplo de creatividad y resistencia, pero las ciudades más importantes hoy están sitiadas por bandas criminales o sumidas en la pobreza, apenas sobreviviendo de la pesca o de la venta de madera, casi sin servicios públicos y con sus sistemas políticos corrompidos. En la costa Caribe, mucho menos húmeda, con sus ecosistemas muy deteriorados, primer sitio de arribo de los europeos, se han construido ciudades que podrían ser consideradas ejemplo de urbanización en el trópico si hoy sus servicios públicos no estuvieran casi destruidos, sus pobreza no estuviera aumentando, el hambre y la sed no aparecieran en las comunidades más segregadas y sus sociedades no fueran víctimas del crimen y la corrupción.

El caso de Santa Marta muestra la complejidad de la situación. En la primera ciudad fundada en los paisajes más bellos de Colombia, después de grandes intentos de crear polos turísticos para la gente del interior, hoy las modificaciones en el clima merman los flujos de las corrientes de agua más próximas, los sistemas de acueducto y alcantarillado se derrumban y, al mismo tiempo, arriban por miles los desplazados por el deterioro ecológico, la consiguiente pobreza y la violencia que persisten en el campo, y al no encontrar servicios ni empleo se convierten en pequeños criminales o se alían con las mafias, aterrando a los pocos turistas que se han atrevido a llegar.

Se puede demostrar que no se trata de problemas aislados sino de un fenómeno ambiental complejo e integral en donde factores ecológicos, culturales, sociales, políticos y económicos se refuerzan unos a otros y pueden llegar a constituir un problema de muy difícil solución. Ojalá el sector privado y los gobernantes, especialmente el Departamento Nacional de Planeación, se den cuenta de la necesidad de afrontar la situación rompiendo los límites de los modelos reducidos y abstractos de políticas sociales y de manejo económico incapaces de aportar soluciones suficientemente complejas.

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