Al tiempo entre el plebiscito (octubre 2016) y la elección de Iván Duque en segunda vuelta (junio 2018) lo llamamos en esta columna coyuntura crítica (01.30.17); al tiempo desde ese momento hasta la noche del terror verde el 9 de septiembre 2020, cuando el ducado ha cumplido ya dos eternos años, podemos llamarlo coyuntura trágica, y al tiempo que sigue, próximos dos años, quisiéramos poder llamarlo, aún sin salir de la coyuntura trágica, tiempo en que se avizora y se gesta la transición a algo distinto, que represente un cambio sustancial.
Trágica esta coyuntura por el asesinato incesante de líderes y lideresas sociales convertido en varias masacres por semana, sobre todo de jóvenes, en los últimos meses; trágica por los atentados mortales contra excombatientes firmantes del Acuerdo de Paz y por el incumplimiento y reduccionismo implacable del mismo, sustituido supuestamente por la política de paz con legalidad; trágica por el empeño de continuar la erradicación con glifosato de cultivos de coca fuente única de sustento para miles de familias campesinas; trágica por el absoluto desprecio a las expresiones legítimas de protesta social, frente a las cuales, a pesar de su fuerza –recuérdese 21N y días siguientes, retomado este 21S-, el gobierno se niega a dialogar en mesas formales sobre los pliegos de exigencias presentados.
Trágica por el incumplimiento de acuerdos con movimientos de indígenas, campesinos, estudiantes, etc; trágica por el abuso abierto de la policía que llegó al extremo, el martes pasado, con el asesinato, visto por la ciudad y el mundo en tiempo real a través de celulares y redes, de Javier Ordoñez y por la respuesta con armas de fuego a la justa indignación que este hecho produjo; trágica por la resultante de esa noche de terror con 11 muertos y 521 heridos entre ellos 261 de la policía (El Espectador); trágica por el tratamiento a la pandemia del coronavirus con el esquema estructural de privilegio para unos y desprotección para los sectores medios y populares.
La relación anterior, incompleta, de hechos y desafueros del gobierno de un presidente sin fuerza propia que obedece directrices de un personaje siniestro, revela el carácter de una élite gobernante sin grandeza, que simula todo: la paz, la soberanía, las garantías, la transparencia; que como se ha revelado es un poder espurio elegido de manera fraudulenta con votos en gran parte pagados por el narco como se aprecia en la ñeñepolitica y otros hechos similares.
Los análisis de gente del común y especialistas van dejando en claro que el ducado sigue y profundiza las trazas de los gobiernos corporativos militaristas del Centro Democrático en la primera década de siglo, que acentúan cada vez más el control, represión, terror y barbarie sobre la población, que lo hacen soportados en una coalición de derechas legales e ilegales, que tales gobiernos en la realidad se corresponden con un poder político supeditado a las mafias y al servicio de sus intereses.
Con Duque de fachada y Álvaro Uribe en el mando real, Colombia es hoy un país gobernado por fuerzas sintonizadas, en el contexto global, con poderes contrarios al interés de la humanidad como lo es el gobierno de Donald Trump en los Estados Unidos y el de Bolsonaro en Brasil.
Pero el uribato no se sostiene sin serias dificultades: la resistencia de los sectores subalternos es creciente; las fuerzas constructoras de equidad y convivencia intentan entendimientos cada vez mayores frente a los desafíos del retroceso imperante; los jóvenes no se sienten seducidos ya por la rebelión pero cada día hacen más patente su justificada rebeldía; la justicia con admirable sentido de autonomía, y en plena coherencia con el estado de derecho, parece decidida a develar y juzgar al mayor responsable de la forma criminal de gobernar instaurada en el país.
El desgobierno del aprendiz se acentúa. Fracasado como presidente ahora se disfraza de policía (adecuado traje); el pueblo en toda su diversidad sigue movilizado, criticando y proponiendo; un sujeto plural, guiado por un nuevo sentido común está en camino. Por eso presiento que en medio de la tragedia, se gesta una coyuntura de transición que significará pasar a algo distinto con real sentido de humanidad, democracia y paz.