Cuando los muertos ponen votos

Arturo Charria
22 de marzo de 2018 - 11:00 p. m.

Cada cierto tiempo a los muertos los levantan de su descanso para que hagan campaña en nombre de otros. Los que mayor capital representan son los que están barnizados con el bronce de mártires, pues sus asesinatos siempre van precedidos de aquello que hubiera podido ser. El uso político de la memoria de los muertos como capital electoral es una práctica común en la izquierda y en la derecha colombiana, en ambos casos es igual de mezquina.

En la actual campaña presidencial la izquierda está recogiendo el heterogéneo legado de Simón Bolívar, Alfonso López Pumarejo, Jorge Eliécer Gaitán, Jaime Bateman Cayón, Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo, Luis Carlos Galán y Carlos Pizarro. Esta pirámide política resulta inestable; basta con imaginarla en movimiento para ver cómo se desmorona al primer paso. Como suele pasar con las ideas ajenas, el uso de éstas fuera de contexto las relativiza dejando en el aire un sabor malsano cuando se analizan en detalle. Jaime Bateman Cayón, el desaparecido comandante del M-19, solía decir, a manera de metáfora: “Hacer bien la política es como hacer bien un sancocho”. Pero esto no es un sancocho que den ganas de comer, hay ingredientes que juntos producen indigestión. Esta mezcla de discursos y de ideas ajenas está convirtiendo a la izquierda en un Frankenstein ideológico, unido con costuras que se deshacen con cada paso que da el monstruo y que solo se sostienen por el oportunismo político.

Así, como si se tratara de un ladrón de tumbas del siglo XVIII, esta última semana la izquierda desenterró y se apropió del discurso de Luis Carlos Galán, candidato liberal asesinado en agosto de 1989 en la plaza central de Soacha. Esta nueva profanación podría interpretarse en dos sentidos: por un lado, el deseo de capturar votos usufructuando un discurso de corte liberal ajeno a la izquierda que él representa y, por otro, golpear la candidatura de Humberto de la Calle, representante oficial de dicho partido.

Por otro lado, la derecha también tiene sus formas de instrumentalizar los muertos; estos están ligados a una guerra que no ha quedado del todo atrás. En este sentido, es más una exploración y una explotación de un archivo que habla de un pasado que podría volver en caso de que sus candidatos no llegaran al poder. Así, la derecha colombiana también escarba en los cementerios y saca los cuerpos de sus tumbas para despertar sentimientos de miedo, de rabia y de venganza. Bajo el fantasma del “castrochavismo” harán valer los muertos, los secuestrados y las bombas de la guerra con las Farc. No en vano esta estrategia les ha servido durante años como su principal combustible electoral. 

A diferencia de la izquierda, los muertos de la derecha no se presentan como mártires, sino bajo una dimensión heroica. Esta situación está relacionada con la forma en que estos sectores políticos asumen el papel de la fuerza pública en las distintas dinámicas de la guerra. Para el discurso electoral de la derecha, los muertos de la fuerza pública, en tanto “héroes”, representan un importante nicho electoral. Por un lado, están las familias de soldados y policías en servicio y retirados y, por otro, el vínculo emocional que esta institución tiene con los colombianos.

El uso de la memoria de los muertos como capital político es complejo de analizar, porque abre interrogantes sobre los límites que puede tener el “hacer memoria” y el “usar la memoria”. Esta tensión no se resolverá en el corto plazo, pues hace parte de las disputas por un tema que acumula importantes capitales sociales, políticos y simbólicos. En Colombia el escenario podría intensificarse con la apertura de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) y en la Comisión de la Verdad, ya que ambas instituciones tendrán que lidiar con la injerencia de actores que querrán imponer sus narrativas o negar lo que surja de ellas.  

@arturocharria

charriahernandez@hotmail.com

 

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