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Ha sido moneda corriente satanizar a quienes invocan las palabras rebeldía, subversión e insurgencia. Se asimila inmediatamente el acto del desacuerdo al terrorismo, al caos o al desorden. Sin embargo, a la sazón de Voltaire, “es peligroso tener razón cuando el gobierno está equivocado”. Se evoca en su editorial del 7 de julio la “institucionalidad democrática”, la “legitimidad del Gobierno”, la “credibilidad de las instituciones”. Me pregunto: ¿es posible que, teniendo vínculos con el narcotráfico, hablando de la ñeñepolítica, con el incremento de los asesinatos de líderes sociales, con las reformas económicas y políticas que menoscaban la soberanía del pueblo, hablemos de credibilidad de las instituciones? ¿Es posible hablar de credibilidad cuando la vicepresidenta expresa que lo de su hermano es un “drama familiar”, el fiscal es antes padre que fiscal y Andrés Felipe Arias no es más que una víctima de cosas que jamás vio y jamás se enteró, pues al mejor estilo de Álvaro Uribe todo fue a sus espaldas?
¿Se puede hablar de legitimidad cuando las promesas de Fernando Londoño de hacer trizas la paz se suman a la muerte de excombatientes que han dejado las armas para construir un país diferente? ¿Se puede hablar de institucionalidad democrática cuando los militares espían e investigan a todo aquel que opine diferente?
Esto, más que un llamado a la rebelión, podría ser un llamado a la cordura, no así a la mesura. Que a Iván Duque lo hayan elegido cerca de diez millones de colombianos no le brinda la legitimidad en un país donde más de 30 millones de personas tienen la posibilidad de votar, ¿o botar? La gran mayoría de aquellos no electores, de aquellos que se anidan en corrientes diferentes de lo establecido y votan a sectores alternativos, están cansados de lo que en el editorial ocultan, de la violencia rampante y la negligencia del Gobierno. Uno que parece la repetición de los ocho años del mandato de Uribe, pero al mismo tiempo evoca los recuerdos del Proceso 8.000 y el ingreso de dineros del narcotráfico a la campaña de Ernesto Samper, las rodilleras siempre pretéritas de Andrés Pastrana ante Estados Unidos, las omisiones de Betancur y Barco, como su silencio ante las masacres de los paramilitares, el asesinato de los líderes de la Unión Patriótica o la ADM19, así como el mutismo ante sus prácticas de corrupción y clientelismo. Es decir, y aquí evoco a Marx: “La historia se repite dos veces, la primera como una tragedia, la segunda como una farsa”.
Siendo una reiteración de diferentes formas, pero con el mismo transfondo de ilegalidad, ¿a cuál institucionalidad se refieren? ¿Una institucionalidad que invoca el derecho a silenciar, espiar, cuestionar, deslegitimar y hacer de lo diferente un blanco inmerso entre la posibilidad de perder la vida o terminar como refugiado?
No se trata de populismo, palabra cliché con la cual buscan redimir sus omisiones o silencios. Se trata de verdad, justicia y, ante todo, dignidad.
Jesús Antonio Reyes Benavides.
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