Entre el atardecer del pasado 14 de noviembre y el amanecer del 15, el Palacio Imperial de Tokio se sumió en el misterio mientras se celebraba el Daijô-sai, es decir, el Gran Festival de la Nueva Comida, que es el más importante de los rituales para la ascensión de un nuevo emperador en Japón y el más trascendental para el sintoísmo. A pesar de su significativo valor, la ceremonia no es pública como podría esperarse, sino que se realiza en los predios del Palacio y en la más completa y secreta intimidad dentro de un complejo de unas 30 edificaciones construidas para estos menesteres. Construcciones que, dicho sea de paso, se destruyen una vez culmina el evento.
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