Yo soy como el picaflor

De dónde son las palabras

Ricardo Bada
11 de enero de 2019 - 02:00 a. m.

Cuando de la redacción de la española Revista de Libros me preguntaron si quería reseñar El origen de las palabras, de inmediato respondí que sí, aunque pensando que ese título darwiniano era el de un libro muy distinto al que me llegó dos días después. Tras abrir el paquete, hojear y ojear el libro fue para mí un regalo de Navidad anticipado que nunca sabré cómo agradecer.  Se trata de un diccionario etimológico ilustrado del idioma español, pero no llevado a cabo de una manera guiada única y exclusivamente por el rigor científico sino también por el instinto lúdico del autor, el periodista uruguayo Ricardo Soca. ¿Qué historia es la que se esconde detrás de ciertos sustantivos, de ciertos verbos, de ciertas locuciones? Como podría decir Unamuno, ¿cuál es la intrahistoria de la lengua que hablamos? Un mundo fascinante nos aguarda en las 519 páginas de este libro, que a su riqueza de contenido añade la claridad de la exposición y un estilo llano, comunicativo, al alcance de cualquier clase de lector.

Va de suyo que la reseña de un libro como este no es una tarea sencilla, o todo lo contrario, se puede uno refugiar en el cómodo asilo del panegírico y para reseña bastaría entonces con lo que llevo dicho más arriba. Añadiendo si acaso, para documentar la lectura, el destaque de ciertas epifanías como verbigracia la entrada Ñoqui, digna de una mención especial porque sirve para ilustrar a los no ríoplatenses acerca de que ese sustantivo gastronómico italiano designa, en el habla popular argentina, a los funcionarios públicos que solo van al trabajo para cobrar su sueldo un día al mes; siempre el 29, el día en que siguiendo una vieja tradición (más bien una superstición) hay que comer ñoquis con una moneda bajo el plato para que traiga plata.

Llegados a este punto, quiero que quede bien claro: no he leído el libro completo (aunque lo estoy haciendo, por mi placer). Y así mismo es evidente que en una publicación como esta, que al fin y al cabo es una obra humana, se deslizan imprecisiones y errores, muchos de los cuales hubieran sido subsanables a partir de una buena lectura y edición del original. O sea, no son entera culpa del autor. Al cual sí hago responsable por la ausencia de colombianismos, al menos a juzgar por el índice: almojábana, berraquera, cachaco, gonorrea, guayos, lunes Emiliani, Macondo, mamadera de gallo, las onces, paisa, rolo, vallenato, no han encontrado su nicho en este panteón. Pero el conjunto de la obra como tal es admirable. Para decirlo de un modo que no deje lugar a dudas: me gustaría haber sido el autor de este libro y estaría orgulloso de mi criatura, como por cierto debe de estarlo mi tocayo Soca.

 

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