El Caminante

De la Historia a la memoria

Fernando Araújo Vélez
01 de julio de 2018 - 12:30 a. m.

Porque una cosa es la Historia, así, en mayúsculas, que ustedes escribieron, multiplicaron e impusieron en textos escolares y en ampulosas enciclopedias, contando lo que les convenía y retratando a quienes les interesaba, y otra, la memoria, así, en profundas minúsculas, que intentamos recuperar y escribir los de abajo y desde abajo, con los hechos que ustedes omitieron y los personajes que no quisieron rescatar. Una cosa es el recuento de todos los presidentes de este país, con sus supuestas obras, como si sólo los presidentes hubieran influido en este estado de cosas que vivimos, y otra, el relato de los sucesos que en realidad nos marcaron, desenterrados por algunos escritores, cineastas, dramaturgos y poetas.

Porque una cosa es la Historia oficial, la de ustedes y los monumentos que se autoerigieron en solemnes sesiones, bajo la solemne promesa de que “hoy eres tú y mañana seré yo”, y otra, la verdadera historia de nuestros muertos, masacres, asesinatos, luchas y resistencias, inmortalizada por el arte, creíble por el arte y plasmada en Cien años de soledad, por ejemplo, en Cóndores no entierran todos los días o en Los cotejos del diablo, en Guadalupe años sin cuenta o en Labio de liebre. Una cosa son las fechas y lugares de nacimiento de aquellos que ustedes subieron al pedestal de prohombres, reseñados una y mil veces en periódicos y libros de texto, y otra las fechas y los nombres de los exterminios a mansalva y con sevicia que ustedes permitieron u
ordenaron.

Una cosa es que nos hayamos tenido que aprender de memoria su Historia, bajo pena de expulsión de su sistema educativo, y otra que la hayamos conocido por la memoria subterránea de los hijos de los hijos de quienes murieron por esa Historia, y de quienes tuvieron el valor de rescatarla. Una cosa es la letra fría que escribieron y escriben sus títeres con el supuesto sello de La verdad, y otra, la letra caliente, sangrante, dolorosa, libre y, sobre todo, inmortal, que nos llevó a saber de la masacre de Las bananeras, el asesinato de Gaitán, la barbarie de los años 90, la violencia, la brutalidad de la policía chulavita, la aparición de Los Pájaros, la desaparición de los hijos de Soacha y ese reguero sinfín de atrocidades que parece no tener fin.

Porque una cosa es la Historia, la Historia obligada, manipulada y pagada que se presenta con un inmaculado disfraz de veracidad, y otra, la memoria, su enemiga declarada, que se nos mete por las venas y jamás dejará de ser real, subversiva, necesaria, imborrable.

 

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com

 

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