Un poco antes de la mitad del siglo XX comenzó un período de tensiones entre los vencedores de la Segunda Guerra Mundial. La historia de la derrota de los alemanes se enreda entre los errores de Hitler y la presencia de los Estados Unidos y la Unión Soviética en el bando de “los Aliados”. Churchill y De Gaulle encontraron en Roosevelt y Stalin a dos poderosos compañeros de lucha.
Aquellas tensiones se expresaron a través de la “Guerra Fría”, que se prolongó durante casi todo el resto del siglo. Probablemente la muerte de Roosevelt y, sobre todo, la vocación expansionista de Stalin, después de consolidar su poder interno, dividieron el mundo en dos bandos irreconciliables. Los comunistas se sintieron dueños del futuro. Su determinismo histórico no admitía debate, mientras que el mundo capitalista se conformó con funcionar dentro de las reglas del Estado de derecho.
Los primeros años de la posguerra vieron a una Europa deseosa de construir una paz duradera. Ese fue el origen del neoconstitucionalismo, acogido en casi todas las cartas políticas, desde la italiana de 1947 hasta la española de 1978. Pero también fue el inicio de los acuerdos comerciales del carbón y del acero que, con el paso del tiempo, dieron nacimiento al mercado común del Viejo Continente y, hoy, a la Unión Europea. Por el contrario, los gringos se comprometieron en una inefable cacería de brujas.
Su gran protagonista fue Joseph McCarthy, senador por Wisconsin durante casi una década y miembro del Partido Republicano. “El Departamento de Estado esta infestado de comunistas”, solía repetir, y cada vez agregaba nombres a una lista de enemigos internos integrada por todo aquel que le desagradaba políticamente. McCarthy se disparó hacia el estrellato, mientras el dramaturgo Arthur Miller criticaba sus desplantes en una de sus obras capitales: Las brujas de Salem.
Aquella fue una época ingrata en la política gringa y el senador de marras se convirtió en uno de los personajes más oscuros de su tiempo. Su carrera declinó en razón de sus propios excesos inquisitoriales y sus propios colegas lo reprobaron con un voto de censura. Pero su nombre pasó a la historia como expresión de fanatismo y su conducta mostró el complejo de los sectores más delirantes de la sociedad gringa.
El siglo XXI, por desgracia, revivió esa historia de tribalismo y vergüenza. Hoy es aún peor, no solo porque el comunismo colapsó, sino porque el macartismo se instaló en ambos extremos del espectro político. Por eso, para Trump sus adversarios son comunistas y para Maduro los suyos son fascistas. Los dos son indoctrinarios, pero se identifican en el populismo y son discípulos auténticos de las posturas de McCarthy y de su bochornoso periplo.
En Colombia es igual. Aquí lo mamerto y lo facho apenas existen, pero se han convertido en insulto cotidiano. Las sinrazones del macartismo prevalecen sobre las razones de una sana política. Creo, sin embargo, que este país está bastante más polarizado en la cúpula que en la base. Y también que, en el extremo centro, encontrará a un Joe Biden colombiano capaz de convocar a esas amplias mayorías no polarizadas, cuyas preocupaciones van más allá de Uribe, de Petro y de Santos. Eso sí es un nuevo futuro.
@inefable
* Presidente de la Academia Colombiana de Jurisprudencia.