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De película

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Rocío Arias Hofman
23 de mayo de 2009 - 07:22 a. m.
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COMO LA SEXAGÉSIMA SEGUNDA edición del Festival de Cannes está en apogeo por estos días, el ambiente se presta para hablar de películas varias. Aquí, una selección de las que nos toca vernos obligados por estos lares:

Malditos bastardos. Una cruda exhibición de la mortal persecución de la que son objeto los jóvenes humildes en Colombia para que miembros de la Fuerza Pública presenten ante sus superiores supuestas bajas de sus enemigos. Esta letanía mortal es suministrada con la macabra lentitud de un cuentagotas, como para ralentizar el efecto doloroso que causa. Sería una Tarantinada pura sino fuera porque la realidad supera la ficción y los “falsos positivos” han dejado un rosario de madres vivas, consumidas por la desdicha.

Los abrazos rotos. Muestra esperpéntica de lo que pueden llegar a ser las relaciones humanas cuando los políticos ejercen con vileza sus funciones públicas. Si ayer se entrelazaban con melosidad en el Partido de la U, hoy se arrancan los brazos con tal de no volver a estrechar a sus actuales enemigos. Los que se repugnaron en el Partido Liberal, hoy tienden sus flácidos antebrazos entre sí para que les quieran en Cambio Radical. Un elenco multiétnico y de moral caleidoscópica protagoniza esta cinta donde lo único que no dan ganas es de llorar. Ni siquiera de la pena. Si el director manchego Pedro Almodóvar se percatara del remake que han hecho aquí de uno de sus filmes más sentidos, conseguiría, preso de la rabia, zafarse los anillos que atenazan sus dedos regordetes desde hace años. Cientos de espectadores abandonaron el auditorio la noche de su postulación a mejor película del certamen, en protesta por lo que consideran “una repetición de lo sucedido en 1938 cuando la elección de Olympia demostró que la política había irrumpido estruendosamente en el arte”.

 Ágora. Se sabe que las películas que se empeñan en recrear episodios históricos de trascendencia deben o bien contar con un fenomenal presupuesto (¿cómo, si no, se paga a los miles de extras que deben hacer de muertos en las escenas de batallas?) o si no —es decir que no hay voluntad por encontrar buenos recursos— hay que tener presente que el público bostezará después de las tres primeras horas y nunca volverá a verlas, porque nadie está diciendo la verdad y se nota demasiado que todo es puro maquillaje. Qué infortunio, qué casualidad, esto último sucede con el intento por recrear uno de los episodios más oscuros de Colombia: las matanzas cometidas por los paramilitares.

  Bright star. La intensa Jane Campion proclama en la costa azul que “toda mujer es en sí misma feminista”. Una anécdota banal excepto para quienes se toman todavía estas causas en serio. Lo que importa de esta película que transcurre al ritmo de aquella, El piano, que ganó la Palma de Oro por primera vez en 61 años de Festival para una mujer, es que demuestra cómo los amores platónicos (uno poético: el de Keats con su Fanny Browne) están llenos de morbo. Les cuento una escena nomás de este largometraje innombrable: un ministro de Defensa presenta su renuncia ante decenas de periodistas con la voz entrecortada, lágrimas de lagarto y un quiebre en la voz mientras declara impunemente que no será candidato presidencial mientras su amado y adorado y admirado Presidente no se presente en la próximo contienda electoral. Ohhhhhhh.

Me quedo con la alfombra roja. En la pasarela muestran unos tatuajes de ficción.

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