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Deformaciones palaciegas

Pascual Gaviria
16 de septiembre de 2009 - 05:04 a. m.

EL PALACIO PRESIDENCIAL ES EL primero en exhibir las extrañas transformaciones.

Los gustos y caprichos del inquilino se convierten poco a poco en reglas irrebatibles: el descansillo de la escalera es ahora el púlpito de las aclaraciones, el sótano ha tomado un aire siniestro, el salón de crisis está acondicionado para las salmodias del Rosario y otros misterios gozosos, los jardineros intentan aclimatar plantas de tierra caliente para aplacar las nostalgias de la primera dama. El servicio ya sabe que se sirve sin aspavientos, con sencillez conventual.

Pero el extenso reinado no sólo transforma la rutina de los pajes. Los palacios son sin duda un ambiente adecuado para las grandes mutaciones. Se habla mucho de los políticos que aprovechan hoy la última oportunidad para cambiar su escudo en la solapa y sus banderines de campaña: tránsfugas les dicen. Una palabra muy grande para sus infidelidades de clientes y clientelas, sus habilidades de camaleones guiados por el Ministro del Interior y de Justicia como jefe de la especie en extensión.

Pero hablemos de las involuciones más llamativas que van apareciendo de la mano de la ambición y la personalidad del líder natural, no ya de los simples calculadores políticos sino de los transfigurados, de los poseídos. El más vistoso de la lista es Luis Carlos Restrepo, un psiquiatra con ambiciones literarias y arrebatos libertarios que terminó dirigiendo un escuadrón de contratistas electorales y apoyando las ideas conservadoras y los vicios puritanos de su jefe. Parece increíble que Restrepo lidere, desde la orilla más contaminada, el apetito desmedido del Gobierno y sus rémoras politiqueras. Veamos unas pequeñas contradicciones. Sobre el tema de la penalización escribió un libro para contradecir las “intenciones de los cruzados de la abstinencia”. Allí llama estúpidos los esfuerzos por satanizar todo consumo y llevar la discusión al ámbito policial sobre la base de miedo. Y concluye: “En pocas empresas de la historia humana, como en la lucha contra las drogas, se ha difundido tanto mal en nombre del bien, se ha aplastado tanto la libertad mientras se dice defenderla”.

Pero ese no es el único tema que situaba al presidente y al ex psiquiatra en esquinas opuestas. Otro de sus libros llamado El derecho a la paz tiene algunos párrafos que parecen escritos pensando en Álvaro Uribe. Se critica al líder que incrementa el odio llamando a sus “enemigos” bandidos sin dejar espacio para la reflexión. Clama por una insurgencia civil y desarmada que profundice los postulados de la libertad y la elección. En este caso dicha insurgencia sería liderada por la figura desinteresada y valerosa de Luis Guillermo Giraldo. Critica a los políticos que ennoblecen la acción de matar como un medio para prometer un ideal de paz y felicidad no lejana. No dejo de pensar en las recompensas por cuerpos que estimularon la fábrica de muertos de los falsos positivos.

Pero el momento del mejor retrato del jefe que ahora nos vende como única alternativa llega con una frase ardua aunque todavía legible: “La vinculación por el miedo y el terror genera fuertes compromisos emocionales, utilizados en su momento por políticos y militares para erigirse en representantes del orden frente al caos, invocando el autoritarismo como alternativa terapéutica ante la segmentación”. Parece increíble verlo abrazado con Fabio Valencia, compartiendo ya algunos de sus rasgos, celebrando el contrato entre 86 representantes y el Gobierno.

 

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