Denunciar para cambiar

Antonio Casale
25 de febrero de 2019 - 03:05 a. m.

Valientes las jugadoras de fútbol de nuestro país que se atrevieron a denunciar todo tipo de acosos y malos tratos a la luz pública, a sabiendas de que iba a pasar lo inevitable: las vetaron. Se acabó la selección femenina de mayores, jamás volverán a vestir la camiseta de Colombia y es poco probable que las investigaciones de oficio que prometió la Federación Colombiana de Fútbol saquen conclusiones que permitan pensar que esto va a cambiar. Basta con saber que las declaraciones del dueño de Deportes Tolima efectuadas en diciembre pasado, en las que dijo abiertamente que el fútbol femenino es un problema porque las mujeres son más borrachas que los hombres, es un nido de lesbianismo y no generan ganancias, siguen impunes a pesar de que tanto el reglamento de la Federación como el de la FIFA contemplan duras sanciones para quienes, como el exhonorable parlamentario Gabriel Camargo, se expresen de manera discriminatoria contra los protagonistas de este deporte.

Las múltiples declaraciones entregadas durante la semana por parte del vicepresidente de la Federación y responsable del fútbol femenino, Álvaro González Alzate, dejan claro que por parte de él no hay ninguna intención de hacer que las cosas cambien y, por el contrario, infunden miedo a quienes se atrevan a denunciar irregularidades.

Pero lo que no debe detenerse, gracias a estas valientes jugadoras, es la seguidilla de denuncias por parte de quienes deberían ser los únicos importantes en este deporte: los futbolistas, en pro de la transparencia en los procesos y el respeto a la profesión. Es hora de que los hombres también pierdan el miedo y denuncien lo que hoy son secretos a voces. Es el momento de hacer saber los múltiples casos de corrupción que por años se han tomado a las ligas departamentales e incluso a los manejadores de divisiones menores de algunos clubes. Presuntamente se pide desde dinero hasta favores sexuales por ascender jugadores, en detrimento de otros que son más talentosos pero se niegan o no pueden hacer parte del sistema. Lo anterior para no hablar de los procesos de convocatorias de selecciones juveniles, casi siempre ensombrecidas en mantos de duda. Por ahora las víctimas tienen miedo de hablar.

Los futbolistas ya tienen voz, pero increíblemente todavía no tienen voto en las mesas donde se toman las decisiones. Es cierto que tanto en la Federación como en las ligas y los clubes hay dirigentes de otro talante que quieren hacer las cosas bien. Ellos tienen el deber de convertirse en agentes de cambio. Sin embargo, quienes desde hace décadas toman las decisiones piensan como Camargo o González Alzate y ya no van a cambiar su forma de ser. Son de una raza dirigencial caduca y obsoleta.

Por eso, para que los futbolistas y dirigentes “diferentes” puedan lograr el cambio necesitan herramientas. Es necesario que se sigan haciendo públicas las denuncias.

Es cierto que el fútbol como espejo de valores de lo que debería ser una sociedad es una institución conformada por humanos y como tal está expuesta a los errores. Precisamente por eso debe ser objeto de rigurosa vigilancia.

 

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