Desenfocados

Carlos Villalba Bustillo
27 de octubre de 2018 - 07:00 a. m.

Cerrados a la banda de la terquedad, o por simple capricho de infractores natos, los jefes del Eln insisten en utilizar la táctica manida y desacreditada de hacer demostraciones de fuerza dizque para negociar con ventaja dentro del proceso de paz que iniciaron con el Gobierno hace año y medio. A semejante tozudez hay que agregar el mantenimiento de personas secuestradas en las zonas que dominan y con la pretensión, sin liberarlos, de que su contraparte acceda a sus desenfoques políticos.

Como el Estado no está dispuesto a someterse, sino a negociar sobre bases razonables y racionales, sindican a las autoridades, cínicamente, de ponerle palos a la rueda de los diálogos que se adelantan, sin dejar, además, de volar oleoductos, envenenar las aguas de los ríos y atorar con petróleo a la fauna que habita los lugares por donde se mueven delinquiendo. Los colombianos no somos tontos ni imbéciles. Sus depredaciones son el lenguaje del sadismo bárbaro del que sobreviven como alzados en armas.

Sabiendo cómo fue la oposición del Centro Democrático al proceso de paz con las Farc, y estando ahora al frente del Estado un dirigente de ese partido, el Eln debería suponer, sin mayor esfuerzo mental, que el presidente no transigirá al discutir puntos de imposible aceptación, como el de resistirse a liberar a los secuestrados. Si dice que no regresará a la mesa sin que se cumpla dicho requisito, es mejor que no apelen a una opinión pública que descree de sus falacias. Servirse del fastidio de los colombianos con sus salvajadas no ablandará la seguridad de Duque en lo que tiene que hacer.

El proyecto que le quitará al narcotráfico el carácter de delito conexo al de rebelión es un paso que le pone sello al futuro de la negociación. No habrá ley del embudo en la agenda acordada y deben prepararse, más bien, para demostrar voluntad de paz acogiéndose al derecho internacional humanitario. Como bien decía el expresidente López Michelsen, es absurdo hablar de paz en la mañana y protagonizar, en la tarde, sórdidos episodios de terrorismo con secuestros y bombas.

Lo ideal hubiera sido que el país no se dividiera ante el proceso de paz de 2016. Pero como no fue posible evitarlo por los intereses políticos que chocaban, la división se prestó para que quienes se oponían supieran qué harían, de convertirse en gobierno, con el Eln y demás grupos armados. En consecuencia, el presidente está decidido a ser coherente con lo que él y su partido dijeron e hicieron en cuatro largos años de forcejeos en La Habana con las Farc.

Los señores Gabino y Pablo Beltrán saben que detrás de la coherencia de Duque está todo el país. Su obcecación sin matices no revela que aspiren a cambiar las armas por la política. De seguro saben que si las Farc solo llegaron a 52.000 votos ellos no pasarán de la mitad de esos guarismos. Ojo, y no descarten que de persistir en la violencia, el día menos pensado, un bombardeo los deje sin cúpula. Gabino, Pablo Beltrán y Antonio García podrían compartir suerte y eternidad con Raúl Reyes, el Mono Jojoy y Alfonso Cano.

El arcaico esquema de objetivos políticos del Eln no da para promover asambleas constituyentes que transformen el Estado a gusto de su trinidad de ideólogos. Pensar que nuestra democracia abdicará de sus principios es una ingenuidad. Eso hubiera sido programa de la revolución que no pudieron hacer en medio siglo de atrocidades.

A Colombia lo que más le gusta de Cuba es su música y de Venezuela, sus reinas de belleza.

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