Desmemorias

Francisco Gutiérrez Sanín
01 de noviembre de 2018 - 09:30 p. m.

Muy debatido estuvo en las últimas semanas el asunto de quién debería suceder a Gonzalo Sánchez en la dirección del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH). En círculos uribistas se propusieron un par de nombres deplorables, que generaron un rechazo mayúsculo. Hasta donde estoy enterado, el asunto sigue sin resolverse.

Vale la pena contextualizar esta discusión —que necesariamente implica una decisión— en el marco de tres criterios. Primero, el Gobierno actual se reivindica como centrista. Así ganó las elecciones, y así mantiene sus apoyos parlamentarios. Segundo, el esfuerzo por construir una memoria de nuestra guerra por académicos serios y respetados no apareció ni durante la prehistoria apaciguadora con el terrorismo, ni durante los gobiernos criptocomunistas del dictador Juan Manuel Santos. No: si no ando muy equivocado, el Grupo de Memoria Histórica, que daría más tarde origen al Centro Nacional, fue creado a mediados de la primera década de este siglo, en el momento en que regía los destinos de este país el “presidente eterno”. Sánchez estuvo en el grupo casi desde el principio. Y eso me lleva al tercer punto: el hasta hace poco director del CNMH logró mostrar que era posible construir un esfuerzo de largo aliento que no tuviera naturaleza facciosa, y que fuera capaz de interrelacionarse con las fuerzas que produjeron y que padecieron —incluyendo la significativa área de intersección entre las dos categorías— nuestro conflicto armado. El CNMH fue posible solamente debido al gran prestigio de Sánchez, una figura estelar de las ciencias sociales latinoamericanas, y al hecho de que había estudiado durante años el tema de la memoria.

Las tres premisas tienen sendas implicaciones. Primero: el Gobierno que proclama casi con exasperación su centrismo debería tener la decencia mínima de dejar que esta labor siguiera y se desarrollara en los términos en que ha venido actuando, es decir, con independencia y con altura académica. Si la convierte en un apéndice de algún Don Nadie cuyo único mérito es su extremismo, rápidamente se convertirá en una sentina. Segundo: el Gobierno tiene que explicar por qué un desarrollo iniciado explícitamente por Uribe, que creció y fue madurando bajo los gobiernos de este, resulta intolerable para su pupilo “centrista”. Tercero, hay tareas que requieren de habilidades especializadas. Suena penoso tener que redescubrir la división social del trabajo a estas alturas, pero toca. No basta con haber escrito un par de trinos sobre el conflicto armado, o tener opiniones muy sonoras sobre algunos de sus aspectos, para poder encabezar un centro de memoria. También hay que haber pensado, escrito y trabajado específicamente sobre el tema de la memoria. Como alguien que no lo maneja, entiendo perfectamente lo difícil, resbaloso y delicado que puede llegar a ser. Requiere estudio específico. No es algo que se pueda resolver por medio de una acreditación en una notaría.

No tengo ni idea de qué piense el propio Sánchez sobre el asunto, pero a mi juicio lo mejor sería que se mantuviera como director. De lo contrario, habría que buscar a alguien que pudiera garantizar un mínimo de legitimidad y de pluralismo (dos criterios que me imagino estaban en el aire en el momento en que Uribe se animó a permitir o a dar origen al Grupo de Memoria). Otra opción sería transferir sus activos y archivos a la Comisión de la Verdad, probablemente ampliando el mandato, irrisoriamente corto, de ésta.

Mucha gente, incluso gente muy extrema en una u otra dirección, puede entender que con las memorias y los dolores de los unos y los otros no se juega. Pueden ser materiales terriblemente abrasivos. El manejo de ellos en un país que fácilmente podría recaer en múltiples violencias debería ser confiado a gentes ponderadas y expertas, que por ello cuenten con alta legitimidad nacional e internacional. Lo entendió por diversas razones en su momento Uribe. ¿Le cabrá ahora en la cabeza al “centrista” Duque?

 

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