Detrás de la crisis con Catar

Arlene B. Tickner
13 de junio de 2017 - 07:59 p. m.

Según las narrativas oficiales y algunas mediáticas, el detonante de la más reciente crisis en el Golfo Pérsico, en la que Arabia Saudita, junto con Baréin, Emiratos Árabes Unidos y Egipto rompieron relaciones diplomáticas con Catar y anunciaron el bloqueo del transporte aéreo, marítimo y terrestre con ese país, así como la expulsión de sus nacionales, es la financiación catarí de grupos terroristas. Sin embargo, en el fondo se trata de un intento saudita por disciplinar a quien sigue considerando su vasallo, con miras a preservar el control sobre los términos del debate estratégico en la región.

Históricamente, Arabia Saudita ha buscado ejercer liderazgo en el Golfo con miras a construir políticas colectivas afines a sus intereses. Sin embargo, el crecimiento económico de los Estados pequeños de la zona ha llevado a la búsqueda de mayor independencia. En el caso específico de Catar, ésta ha consistido en la diversificación de las relaciones con otros países; el ejercicio del poder blando mediante la financiación de la cadena Al Jazeera y el aseguramiento de la sede de la Copa Mundial 2022; el apoyo a actores islamistas no estatales, tales como Hamás y la Hermandad Musulmana; la mediación en distintos conflictos diplomáticos y la identificación con la primavera árabe.

Poco a poco las posiciones de Doha han ahondado la distancia con Riyad y otras capitales monárquicas, como Abu Dabi. Además de considerar a Al Jazeera como amenaza, el acercamiento con Irán, principal enemigo-rival de Arabia Saudita, y con el que Catar comparte el campo subterráneo de gas natural líquido más grande del mundo, ha producido rechazo creciente. En reflejo de ello, los dos países han estado en lados opuestos en las crisis de Libia, Túnez, Egipto y Yemen, e incluso respaldado a grupos milicianos sunitas distintos en Siria, pese a compartir el mismo rechazo al régimen de Al-Asad.

Empero, tanto Arabia Saudita como Catar son aliados estratégicos claves de Estados Unidos. En el segundo se encuentra la base aérea Al Udeid, que alberga más de 11,000 tropas y desde donde se realizan operaciones militares en Afganistán, Siria e Irak. Si bien la gira reciente de Donald Trump por Medio Oriente —en donde proclamó la necesidad de un frente unido contra Irán y el extremismo islamista— fue tomada como carta blanca para aislar y desestabilizar a Doha, los pronunciamientos posteriores del Pentágono y el Departamento de Estado en apoyo al rol de éste en la defensa de la seguridad regional sugieren que Riyadh sobreestimó el apoyo estadounidense. De forma similar, subestimó la reacción de Turquía, que defendió enérgicamente a Catar e instó al cese del bloqueo.

En 2014, Arabia Saudita lideró el retiro de embajadores de varios países del Golfo en protesta por las relaciones de Catar con la Hermandad Musulmana. Si bien ese impasse —originado similarmente en la “rebeldía” catarí— pudo superarse, hoy la normalización resulta más esquiva, ya que no solo Catar, sino Turquía, Irán y Rusia, podrán estar apostando a un reordenamiento de fuerzas regionales.

 

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