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Movimiento de liberación homosexual (MLH), una osadía plural con un origen descentralizado

Guillermo Correa Montoya* y Elkin Naranjo**
27 de junio de 2020 - 09:34 p. m.

Marcar un punto de surgimiento del movimiento de liberación homosexual en Colombia resulta difícil precisamente por su condición de red, de producción colectiva, de movimiento plural. No obstante, a modo de hito fundacional del movimiento, se puede considerar el año de 1977 con la primera edición, de seis, que tuvo el periódico “El Otro” en Medellín, publicación liderada por León Zuleta “con su propuesta SEX-POL(sexo y política)”, que tuvo como su primer gran logro, de acuerdo a la revista De Ambiente (1985), “el romper el silencio que a todo nivel se tendía sobre la temática gay”. Y de paso, plantear debates académicos y políticos sobre la sexualidad y sus asimetrías, periferias y formas de regulación. Para Fernando Alvear, quien en la época era un estudiante de bachillerato y posteriormente se integró al naciente movimiento “lo más bonito es que al principio no fue un movimiento, lo que surgió fue una fuerza vital, impresionante”. El mismo Zuleta, en su texto “Para la crítica de la identidad homosexual. Una década del Movimiento de liberación Homosexual en Colombia, 1986-1976”, ubica la publicación de “El otro” como la base para lo que posteriormente se conoció como el MLH (Movimiento de Liberación Homosexual).

“El otro” desapareció tras seis ediciones, pero provocó el surgimiento casi simultáneo de dos grupos: en Medellín el Greco (Grupo de Estudio de la Cuestión Homosexual) y en Bogotá el GELG (Grupo de Encuentro y Liberación Gay). Mientras que el GRECO fue más casual e informal, más un encuentro casi espontáneo, el GELG en Bogotá, fue un ejercicio más organizado. Aunque estos colectivos no perduraron en el tiempo, sostuvieron buenas relaciones, incluso sus integrantes, una vez disueltos los grupos, mantuvieron comunicación. No se puede negar que ambos grupos tuvieron orientaciones diferentes, así como objetivos dispares. Mientras el GELG pretendía transformar la forma en que la sociedad comprendía lo “gay”, a través de acciones y el empoderamiento de los “gais”, el GRECO pretendía transformar estructuralmente la sociedad y su comprensión de la sexualidad en general, partiendo del estudio teórico y/o académico y de acciones directas basadas en la lucha social.

Posterior a estos dos grupos, surgieron más experiencias colectivas de movilización durante la década de los 80 y en diferentes ciudades del país, como Bogotá, Medellín, Cali y Pasto, según la revista Ventana Gay, que evidencia también que esos esfuerzos no lograban larga duración en el tiempo. León Zuleta explicará que eso se debía a que esa fuerza inicial “decayó cuando muchos jóvenes y hombres homosexuales, pudieron abandonar sus temores y sentimientos de culpa (aunque no totalmente) y abrir las babosas bocas de los negociantes que vieron sus tabernas y discotecas llenas de consumidores ansiosos” (Zuleta, 1986, p. 5).

Simultáneo al intento de formar los primeros grupos en 1980, surge una iniciativa de constituir un grupo que pudiera combinar el arte y la política. Este grupo denominado “Eliogabalus” se preguntaba por el lugar de la homosexualidad a través del cuerpo y las expresiones artísticas como talleres de dibujo, escultura, antidanza, antiteatro. Igualmente se intentó constituir un grupo de cristianos gais, un grupo de personas que procuraba conciliar su creencia religiosa con su orientación sexual.

Esta organización tuvo el amparo de “El Otro” y de “Ventana Ga”y, y su inspiración provino de la Comunidad Gay Norteamericana católica Dignity, original de Boston, Massachussets. Salvo por el anuncio de creación, en ninguna publicación, durante la década de 1980, aparece nuevamente información sobre este grupo, pero se ha reconocido su papel relevante en el resurgir del movimiento a mediados de 1990, especialmente con el sacerdote Carlos Ignacio Suárez, en Bogotá con el grupo del Discípulo Amado, en Medellín, ciudad en la que este grupo devino en la primera organización LGBT legalmente constituida en el país, Corporación Amigos Comunes (2001).

Los primeros diez años del emergente movimiento social de las disidencias sexuales y de género en el país están llenos de contradicciones, disputas por enfoques, desencantamientos y protagonismos. La aparición del Vih/Sida a principios de la década de 1980 marcó un punto clave en estos debates, para algunos la lucha tuvo un giro salubrista y en ella la apuesta política devino en un modelo de mayor asimilacionismo, para otros se centralizaron las luchas y las narrativas, borrando procesos distintos en diferentes regiones del país.

Con la Constitución de 1991, estos procesos nuevamente tuvieron puntos de inflexión y una emergencia plural y discontinua de organizaciones, colectivas, acciones y movilizaciones. En estos giros, un cambio de foco volvió a ocurrir con la institucionalización de procesos en formas organizativas como ongs, la agenda se volvió jurídica y la lucha se reorientó hacia formas problemáticas del derecho al matrimonio, la adopción relegando nuevamente la pluralidad de las luchas de otros colectivos como los movimientos trans, no binarios, y movimiento de mujeres lesbianas. Sin embargo, pese a la hegemonía jurídica en las luchas del movimiento y las contradicciones que en principio plantean sus temas centrales (matrimonio), en simultánea otros procesos sociales fueron emergiendo y planteando nuevas narrativas, otros lugares de la lucha y la resistencia. De acá lo complejo de narrar estas historias a partir de formas o biografías hegemónicas

El lugar de enunciación que reedita los relatos históricos

En la mirada de la militancia contemporánea sobre los orígenes y el proceso del movimiento social entorno a las disidencias sexuales y de género en Colombia, se ha vuelto un lugar común señalar que el movimiento se originó en Medellín con León Zuleta, pero que fue gracias a la voz y el liderazgo de Manuel Velandia que el movimiento adquirió vuelo. El propio Manuel Velandia ha construido desde su regreso del exilio, una narrativa bajo un enfoque heroico, en la cual se atribuye un rol protagonista en la construcción de la historia del movimiento, con relatos en los cuales su experiencia subjetiva se convierte en la propia historia del movimiento.

El relato de Velandia y la aparente legitimidad, que le ofrece el haber sido parte de la historia, ha borrado aspectos claves en la comprensión del proceso contradictorio, tenso y ambivalente de la historia del movimiento.

En primer lugar, el borramiento de estas narrativas de las luchas de las mujeres trans (falsas mujeres) en ciudades como Bogotá, Medellín y Cali. En estas ciudades las mujeres trans conquistaron el espacio público y disputaron en cada ciudad lugares para su existencia desde principios del siglo XX. Sobre ellas se dispusieron una serie de medidas para su regulación, disciplinamiento y corrección sin tregua desde de los años cuarenta. A lo largo de la segunda mitad del siglo XX, las mujeres trans fueron continuamente arrestadas y obligadas a coincidir con el género biológico. Las golpeaban, las metían a la cárcel, les quitaban sus indumentarias, pelucas, tacones y similares. Y ellas, al salir de la cárcel, nuevamente insistían en su especificidad de mujeres trans. Estas prácticas se sucedieron de modos sistemáticos, por fuera de los debates de la identidad y de los marcos de derechos. Ellas resistieron desde sus cuerpos, insistieron y se obstinaron en permanecer y en este ejercicio, cargado de vidas precarizadas, periferias, pero sobre todo mucha resistencia. Agrietaron los órdenes culturales para que en la década del setenta algo como el movimiento de liberación homosexual fuera posible.

En segundo lugar, es posible considerar que en la revisión histórica a este proceso plural se postule que el enfoque político sobre las identidades, la lucha por la inclusión y la igualdad fue la visión que se construyó colectivamente, y se instituyó como hegemónica durante la consolidación del movimiento. Sin embargo, esta visión siempre estuvo en disputa y en este sentido los procesos y sujetos que fueron modulando el movimiento tuvieron enfoques y posturas diferentes, que en la narrativa histórica han terminado por borrarse y hacer coincidir con el enfoque movilizador de las primeras décadas del movimiento. Parte del movimiento que lideró León Zuleta estaba enfocado en promover una reestructuración del sistema sexo/género y la sexualidad en sí misma, y problematizaba la idea de generar un proceso a partir de la reivindicación de lo homosexual, pero esta idea fue perdiendo fuerza y en la centralización del movimiento en Bogotá la agenda dio un giro.

En tercer lugar, las narrativas opacaron y olvidaron a un colectivo plural y dispar que inició los debates y las movilizaciones. En estas narrativas las mujeres feministas, las mujeres lesbianas y las aliadas fueron relegadas como simples apoyos circunstanciales. Otros sujetos en distintas geografías del país tuvieron igual suerte, y las narrativas terminaron por simplificar, heroizar y personalizar un trabajo colectivo que terminó subsumido por grupos en la capital borrando los esfuerzos de las regiones.

En este devenir, Zuleta terminó convertido en un ícono movilizador, pese a que sus ideas aún siguen siendo desestimadas o poco estudiadas, y Manuel Velandia devino en la memoria y la historia misma del movimiento. Este marco de interpretación, lejos de posibilitar preguntas importantes en cuanto al lugar de la movilización, los repertorios, los vacíos y las equivocaciones, solo fabricó un formato cómodo, poco interrogado y en particular sacralizado bajo la atmósfera de una suerte de víctimas martirizadas que, si bien no se pueden desestimar, en el relato de las voces plurales el proceso tuvo siempre sus matices. Es innegable el valor y el coraje que personas protagonistas del movimiento tuvieron y tienen aún al movilizar un esfuerzo en un contexto totalmente adverso e inhóspito. Es valorable el papel que muchos cumplieron y los grandes logros que en el tiempo se ven reflejados. No obstante, perder la mirada crítica sobre esta historia no ayuda a las revisiones necesarias que el movimiento requiere para mantener su fluido, sus crisis y sus corrientes encontradas.

La emergía potente de lo queer como un espacio abierto de tensiones, impugnaciones y fluidos parece encontrarse en el tiempo con las propuestas teóricas de León Zuleta y en esta suerte de reinstalación y articulaciones múltiples hay algo de esa potencia que seguirá desafiando al movimiento de disidencias, sacudiéndose viejos fantasmas, marcando nuevas rutas de rebeldía y en particular dinamitando ciertas estructuras de reproducción de las jerarquías y las desigualdades.

* Jefe del Departamento del Trabajo Social de la Universidad de Antioquia. Miembro de la junta directiva de Caribe Afirmativo.

**Periodista y magister en estudios socioespaciales

Por Guillermo Correa Montoya* y Elkin Naranjo**

 

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