El año pasado, cuando la cuidadanía se levantó para decir no más a la falta de educación, salud y oportunidades, el Gobierno respondió con represión torpe y descontrolada. La militarización de las ciudades, los toques de queda y decretos inconstitucionales fueron el resultado del supuesto diálogo que fingió instalar el subpresidente Duque con el pueblo. La lección de nada sirvió. Ahora, casi un año después del estallido social del 2019 —agravado por las angustias económicas que ha dejado la pandemia—, se evidenció una de las más agresivas e ilegales respuestas de la Policía.
En efecto, las gentes no soportaron las imágenes de la tortura y asesinato de un hombre indefenso a manos de unos policías sanguinarios. Y esa indignación se hizo incontenible con las retadoras declaraciones de Duque quien, en vez de pedir excusas por esa brutal ejecución en la vía pública, inicialmente felicitó al incompetente ministro de Defensa y exaltó a los generales de la institución a la que el grueso de la población, con razón, le tiene pánico.
Pronto se inundaron las redes sociales con impresionantes imágenes de los excesos policiales, abusando de la fuerza contra manifestantes pacíficos o simples transeúntes. Sí, claro, hubo vandalismo, pero ni siquiera eso justifica la respuesta altanera de un Gobierno que parece no haberse dado cuenta de la bomba atómica de desagrado que hay en su contra por todo lo que hace y representa.
Al rimbombante ministro de Defensa esta vez le dio por denunciar una supuesta “campaña de desprestigio” en contra de la Policía, porque algunas personas osaron expresar su descontento e invitar a la manifestación pacífica que sacó a miles de sus casas para protestar por el crimen de un joven abogado. Y lo peor fue el gesto represor y totalitario de Carlos Holmes Trujillo, quien para atemperar los ánimos anunció que estaban identificando los perfiles de estas personas. ¡Qué tal!, el Gran Hermano en manos de semejante incompetencia y mala fe. El anuncio de Trujillo pretendió intimidar esas voces de legítimo repudio para que desistieran de opinar en redes sociales o donde les plazca. Ese es el talante de este Gobierno mafioso y criminal. Silenciar con amenazas la protesta no es nada diferente de lo que están haciendo el Gobierno, la Fiscalía y el Centro Democrático con todo aquel que no comparta sus opiniones sobre el proceso contra Uribe Vélez, a quien se proponen liberar abusando de todos los instrumentos del Estado.
Hay momentos en que los gobernantes, cuando son dignos, deben salir ante la opinión pública agachando la cabeza y hacerse perdonar, no odiar. Eso es impensable en este régimen tiránico que preside alguien tan mal ser humano como Duque, convertido en un dictadorzuelo como Maduro, manipulando una Fiscalía enemiga y perseguidora de sus contradictores, cuya actitud siempre está cargada de mentiras y mezquindades.
Si creyeron que matando en las calles a personas indefensas los apacibles ciudadanos de siempre no iban a inflamarse, se equivocaron gravemente. La sociedad colombiana no está dispuesta a tolerar una policía abusiva, al servicio de un Gobierno fascista dedicado a perfilar y hacer listas de enemigos —quién sabe con qué fines peligrosos—, sin ningún freno institucional.
El gobierno de Duque no se enteró de lo que vimos todos, como se los dijo magistralmente el senador Iván Marulanda: “Señores funcionarios, ustedes estaban era ante un país hambriento”, y, agrego, lo retaron y lo enfurecieron. Si la respuesta a esa llamarada va a seguir siendo pedir que no estigmaticen a la Policía, o anunciar babosas reformas a una institución donde el credo de la represión hizo metástasis, o cumplir la orden del presidente eterno de sacar a los militares a las calles y decretar toques de queda, vendrán muchos más días de rabia incontrolable que no se apagarán con la gasolina de la estupidez oficial.
Adenda. Magnífico el libro del periodista e investigador Jorge Gómez Pinilla, Los secretos del asesinato de Álvaro Gómez Hurtado. Es un trabajo serio, desapasionado, bien documentado y pulcramente argumentado, que permite aproximarse con certeza a la verdad de este execrable magnicidio ejecutado por un grupo de militares insensatos.