Si el vistazo es rápido, uno podría pensar que el vistoso aviso de página entera promueve una de las tantas telenovelas nacionales, o que los atractivos personajes en pose frente a la cámara imitan al elenco de uno de esos programas de televisión donde todo el mundo es chic y comme il faut. Pero no: son periodistas de algunas de las grandes cadenas —aunque no los cargaladrillos, sino las “estrellas” de sus informativos— que, si se observa bien, tienen todos la misma estatura, son todos blancos —y ellas, casi todas rubias—, delgados y van vestidos convencionalmente, como ejecutivos o aspirantes a algún ministerio. Puede que en la realidad no sean exactamente así, pero en el mundo del photoshop es fácil crear la imagen que se persigue: una ideal, copiada de los patrones de belleza gringos, donde no cabría un enano, un gordo, un excéntrico, un indígena, un afro o un viejo. “El estándar nos penetra”, escribió Patricia Soley-Beltrán en su magnífico libro testimonial Divinas, donde denuncia el abuso, el poder y las mentiras que sostienen el mundo del modelaje profesional. Y sí: aquí lo que se exhibe es “la fuerza uniformadora del estándar”, que muestra al blanco como sujeto hegemónico y exalta, soterradamente, lo que no chirríe, ni ofenda, ni transgreda. Alguien me recuerda, cuando hablo del racismo subyacente, que Mábel Lara ha tenido un gran protagonismo en nuestros noticieros. Pero resulta que esta excelente y bella periodista narró así lo que sufrió por tener su melena afro: “Estaba cansada de los químicos. Era una esclavitud y una renta. Para el noticiero tenía que ir a que me alisaran y me cepillaran, por cuenta mía”. Mientras tanto, en las comunidades, veía que “las niñas negras estaban haciendo un proceso de resistencia el berraco, y que yo no estaba respondiendo a ese llamado”. Entonces decide dejarse su melena, “como un acto político y liberador”, para decirle a Colombia “que existimos. Que somos así, de caderas grandes, que nuestro pelo es ensortijado”.
Advierto que estimo y admiro a muchas de las figuras que aparecen en estos avisos promocionales y que lo que aquí critico es que en tiempos que claman por la diversidad, esas cadenas lancen un mensaje que puede leerse como: si quieres llegar allá tienes que corresponder al estereotipo. Lo increíble es que el periodismo está para incomodar, hurgar, mostrar lo que hiede, y que este país está lleno de periodistas excelentes que se internan en la selva para dar cuenta del conflicto, que se arriesgan cubriendo las manifestaciones aunque llueva piedra —y bala—, que sudan en la reportería y se mezclan con la gente así haya coronavirus. Pero lo que aquí se promueve es la cara frívola del periodismo, la del espectáculo. Que a veces llega a extremos que dan pena, como empelotar a la presentadora encargada de farándula, para, a la hora de ponerla a dar noticias, “enseriarla” chantándole una chaqueta encima. Y ella se deja con tal de conservar su puesto. Qué anacronismo, si uno compara con las presentadoras de los países europeos. Cómo no pensar en lo que denunció la película Escándalo, donde el abusivo director ejecutivo de Fox News les pedía a las periodistas que le mostraran las piernas antes de contratarlas. Lo cual no era sino el principio.