“El problema del hombre no está en la bomba atómica, sino en su corazón”: Albert Einstein.
Me pregunto una y otra vez: ¿dónde está la salida? No lo sé. Lo único que sé es que no hay justificación posible para la muerte de ningún ser humano. Policía, rebelde, manifestante “vándalo“, civil. Es un no rotundo. Aquí no hay buenos ni malos, no hay “gente de bien de camiseta blanca y alma negra“ ni “indígenas asesinos e incendiarios”. Sobran los calificativos para dar rienda suelta a todos los atropellos que se han cometido y se seguirán cometiendo. Lo más trágico es que todo este caos se habría podido evitar y no se hizo nada para lograrlo.
Este Gobierno inepto, corrupto, incompetente, creyó que podía seguir incólume, sordo y desconectado de la realidad, obedeciendo órdenes “superiores”, nombrando ministros incapaces y turbios, en contubernio con el Poder Legislativo y el Judicial, y que nada pasaría.
Este Gobierno, que ahora trata a la fuerza de detener el incendio que él provocó, es el único responsable. Si la reforma tributaria se hubiera retirado a tiempo, si hubiera escuchado los clamores a tiempo, si hubiera despertado de su “Neverland”, como escribió Santiago Gamboa, no estaríamos viviendo esta guerra civil no declarada, pero real, en la que se han desbocado todos los instintos primarios que teníamos agazapados y dormidos en nuestro cerebro reptiliano, salvaje, primario, repleto de odio, envidia, resentimiento. Porque jamás nos hemos mirado a la cara, porque somos el fruto podrido parido del racismo, de la exclusión, de la esclavitud, del mestizaje, de la inequidad, de la corrupción política que lleva siglos, de la violencia que nos convirtió en adictos a la sangre... ¿Un muertico más que importa? Y si es policía o vándalo, pues menos.
Escucho versiones apasionadas, leo chats de todas las tendencias. Siempre la culpa la tiene “el otro”. Por ejemplo, que los vándalos que incendian en Cali las estaciones del MIO son pagados por el alcalde, Jorge Iván Ospina, para que el transporte pirata vuelva a funcionar; que a Petro hay que lapidarlo porque es el engendro del mal; que es la ultraderecha del eterno innombrable la que les paga a los vándalos para que bloqueen las calles y tiren piedras y la “gente de bien” crea que es el monstruo del castrochavismo; que los jóvenes de la resistencia y la primera línea son unos vagos que no merecen ser escuchados.
Mientras tanto... ¿dónde está la salida? ¿Cuando haya más muertos? ¿Cuando tengamos más represión? Ya bajan cadáveres por el río Cauca. Los partidos políticos brillan por su ausencia y su silencio fétido. Las clínicas rebosan de jóvenes ya infectados por el COVID-19 y la fila de espera de los féretros para poder incinerar es cada vez más larga.
Y, como escribe Alonso Sánchez Baute en su libro Las formas del odio: ”Con la consolidación de las redes sociales, el discurso del odio se ha desbocado”. “Las redes son lo más parecido a una gallera con mil millones de gallitos kikirekeando sus odios con tal de lograr vitrina”.
Posdata. Colombia, país privilegiado, convertido en campo de batalla... ¡Qué dolor!