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Duelo por Fernando Botero

El Espectador

16 de septiembre de 2023 - 09:00 p. m.
“Botero plasmó una visión cruda pero también empática y orgullosa de nuestro país”.
Foto: AFP

Con la muerte del maestro Fernando Botero, a sus 91 años, Colombia pierde a su artista más reconocido a escala mundial. Sus figuras inconfundibles, sus colores expresionistas, su amor por la idiosincrasia colombiana, su generosidad con el arte, en un país donde poco se aprecia y menos se financia, lo convirtieron en un merecido referente internacional. Pese a su popularidad, no se alejó de la denuncia social, de retratar con crudeza las heridas abiertas de Colombia. Su apuesta por la paz, que llevó a la polémica por su escultura con la simbólica paloma en la Casa de Nariño, demuestra que nunca se desconectó de los clamores de su tierra. Será recordado por su abundancia de obras, su estilo distintivo y ayudar a que un público masivo se interesara por el arte y por Colombia.

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Él sabía que su popularidad le valía críticas de los puristas. No importó: siguió profundizando de manera obsesiva en el estilo que marcó toda su carrera y recibía con orgullo la atención de personas que normalmente están lejos del mundo del arte. Hablando de los cientos de miles de personas que visitaron sus exposiciones, fue claro: “La universalidad de un artista es poder hablarles a públicos tan opuestos como por ejemplo el público latino, el público de Corea, de Singapur, etc. (...) En mi trabajo hay los elementos que tiene que tener la pintura (para hablarle) al hombre directamente de cualquier nacionalidad”. Su éxito y su fama hablan por sí mismos. Nueva York, París y Madrid cayeron rendidos a sus pies.

Pese a la facilidad de entregarse a la fama y sucumbir a los cantos de sirena, Botero nunca abandonó sus intereses ni a Colombia. Su generosidad llenó las ciudades de nuestro país con sus obras y ayudó a que más personas se acercaran al arte. La plaza de Botero, con las 23 esculturas que donó, hace parte de la identidad de Medellín. Visitar el Museo Botero en Bogotá es aproximarse a retratos sobre la colombianidad y los dolores de la patria, además de apreciar el amor que el artista le profesaba al país. Es una visión cruda pero también empática, orgullosa de Colombia.

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Tal vez la última gran polémica de su carrera resume sus sensibilidades. Como escribió su hijo Juan Carlos Botero para El Espectador, el artista iba en un avión cuando conoció las torturas a los prisioneros de Abu Ghraib que cometió el ejército estadounidense en Irak. Al ver el horror, escribe Juan Carlos, “Botero sintió que no se podía quedar callado y por eso pintó esta serie, porque el arte, en sus momentos de mayor grandeza y lucidez moral, representa una acusación permanente, el único medio que tienen los creadores a su alcance para avivar las brasas de una idea que no se debe apagar nunca: que no podemos aceptar lo inaceptable, y cualquier pueblo o nación, si pierde la brújula de su honra y ética, puede sucumbir en la barbarie”. Los 60 cuadros luego fueron donados, porque su objetivo era la denuncia a través del arte, no el lucro.

El luto nacional por su partida es un homenaje a la importancia de Fernando Botero para Colombia. Además de seguir difundiendo su obra, el país necesita invertir en el arte, en sus artistas y en formas para que la visión y el talento de nuestros creadores llegue a todos los colombianos.

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