Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Creo que hoy nadie, ni el más furioso detractor de esta columna, saldría a defender la gestión del presidente Duque. Su impopularidad, debida a la sensación nacional de estar flotando en un navío sin capitán, en medio de la peor tormenta, lo califica como el Gobierno más errático, imberbe y caprichoso de la historia del país. De ahí que tenga a todo el mundo en contra. Hasta a los más oscuros cuervos de su partido, que lo odian por haberles dado poco. Uribe, exasperado y cada vez más acorralado por la justicia, debió poner a su exsecretaria en el Ministerio del Interior para, desde ahí, manejar el Gobierno sin quemarse, pero la estrategia no funciona. Uribe sigue cayendo, y todos con él: la ñeñepolítica, que lo obligó a darle un tiro en la nuca a su queridísima Caya Daza para salvar el cuero; las declaraciones de la ministra Arango relativizando los asesinatos de líderes sociales; las protestas y marchas; pero sobre todo la sensación general de corrupción e inmoralidad en la vida pública, como el episodio de la fiesta de la hija de Duque con el avión presidencial y la mafiosa defensa de su portavoz Hassan Nassar, o los acuerdos del Gobierno con Vargas Lleras, al que ya se sabe que le tumbaron la plata de su propia compra de votos y no le pasa nada, al contrario, ¡le dan un ministerio y algunas oficinas del Estado! En fin, el país ya respiraba un aire enrarecido, como de fin de época, de ausencia absoluta de principios… Y en eso llegó el coronavirus.
En un principio les convino, para no hablar de todo lo anterior, pero por su estatismo y falta de liderazgo, dando palos de ciego, Duque permitió que la situación empeorara. Concedo que es una crisis mundial que pasará a la historia y que nadie estaba preparado para algo así, pero por haber llegado a Colombia después que a Asia y Europa, ya había modelos específicos de prevención que podían imitarse y errores que era peligroso repetir. Pero no. Duque privilegió el punto de vista económico (sus jefes son los grandes empresarios del país), tanto que en sus anuncios televisados quien está a su lado es el ministro de Hacienda y no el de Salud, y eso tuvo sus consecuencias. Ni hablar del ridículo internacional en el tema de la frontera con Venezuela, invocando a Guaidó. Gracias a semejante estulticia, hoy el control sanitario de la migración no lo hacen las autoridades, sino los Rastrojos y el Eln. ¡Bravo!
Y la tapa, la corona de hojalata para Duque: desautorizar a gobernadores y alcaldes, muchos de los cuales sí están haciendo lo que él no se atrevía a hacer. Caso de Claudia López. Qué diferencia verla a ella explicar sus consignas, con los pies en la tierra. Duque, en cambio, luce balbuceante y asustado porque no tiene un norte. Claudia transmite seguridad, aplomo y fuerza. Ella sigue el ejemplo de los países que mejor han sabido contener la pandemia a través del aislamiento. Pero esa claridad le viene, por supuesto, de no deberle nada a nadie, de haber llegado a la Alcaldía sin comprar votos ni vender anticipadas acciones de poder a los poderosos. Por eso propongo un cambio: que Claudia gobierne el país, con poderes excepcionales, mientras dure el coronavirus. Y que Duque se confine en Panaca, con sus hijas y con el avión, por si acaso.
