Duque es Santos es Pastrana es Gaviria es Turbay

Santiago Villa
19 de junio de 2018 - 02:00 a. m.

Se cansa uno de escuchar las mismas palabras y frases de cajón. Después del discurso de victoria de Iván Duque, es claro que nuestro futuro presidente no tiene un proyecto de país fundamentalmente distinto al que le deja su antecesor. El país que sueña Duque, incluso, puede ser más parecido al de Juan Manuel Santos que el que pretendería revivir Uribe.

Uribe fue una anomalía. Una carga de dinamita detonada por la situación de violencia más extrema desde —ay, Colombia, solo tú— “La Violencia”. Ayer, escuchando su discurso, comprendí que con Duque no regresaremos a la era Uribe, sino a la era Pastrana, aunque sin la guerrilla de las Farc. Es decir: la era Santos, la era Gaviria. La era de Julio César Turbay, el patriarca liberal más embelesado con Uribe Vélez.

Eso es algo bueno si el temor era volver a la era de los falsos positivos, de los paramilitares rondando el alto gobierno, del espionaje a los periodistas y magistrados. Espero no equivocarme cuando digo que ese pasado con Duque probablemente no regresará. Al fin y al cabo, no tenemos ese enemigo interno (no aún).

El peligro es otro. Es decir, el mismo de siempre cuando no ha habido violencia extrema.

El poder en Colombia se conquista mediante el engranaje de los caciques locales con los partidos, que luego proyectan su influencia sobre las gobernaciones, las asambleas departamentales y el Congreso. Estos poderes locales se sustentan sobre la tenencia de la tierra, que durante los años 90 se fortalecieron gracias a los ejércitos paramilitares que actuaron como su brazo armado.

Lo que aseguraba la victoria de un candidato independiente de estas maquinarias, como lo eran Gustavo Petro o Sergio Fajardo, no era lo que ellos prometían, es decir el fin de ese modelo, sino cierta disrupción —temporal— del juego clientelista desde el Gobierno Nacional. Una golondrina no hace verano. Un presidente, por muy honesto que sea, no puede acabar con la corrupción, pero puede interrumpir algunos de sus mecanismos.

El primer mal que Duque dijo que atacaría es precisamente ese, la corrupción, pero en ello se sustenta su poder. Si quiere hacer un gobierno de “unidad nacional”, con todos los partidos posibles en el bolsillo, tiene que ser politiquero y clientelista. 

Como ya no hay más enemigos dignos de un “héroe presidencial” —tan desorientados ha dejado el posconflicto a los escritores de discursos—, su siguiente gran enemigo es el hampa común y silvestre. Como gran estrategia de seguridad Duque se redujo a decir que protegerá al ciudadano que anda por la calle. Le faltó prometer que a nadie le volverían a robar un celular.

Hay una diferencia importante entre Duque y Santos, y aquí es donde jugará la influencia de Uribe. El gobierno Santos pretendía revertir en algo los desequilibrios que el paramilitarismo generó en el campo, quizás porque las Farc lo exigieron como condición para negociar la paz. Uribe y los suyos necesitaban de nuevo el poder no sólo para asegurar que los procesos judiciales en su contra se cayeran, sino para detener la restitución de tierras y el proyecto rural de la era Santos, resultado de una negociación con la guerrilla.

Iván Duque anunció que su visión del campo es uno en el que no haya protesta social, y que exista una relación fraternal entre los empleadores y trabajadores bajo el amplio manto de la agroindustria. En pocas palabras, profundizar la proletarización del campesino y debilitar al campesinado independiente. Esto va de la mano con ese campo que dejó atrás el paramilitarismo y que siguen protegiendo los llamados ejércitos antirestitución de tierras, que es un eufemismo para decir “los sicarios de los terratenientes”.

Al nuevo gobierno no le quedará fácil cambiar el Acuerdo de La Habana, pero podrán desfinanciar los programas y dejar que fracasen las políticas que no les gustan. Seguramente también mandarán a Estados Unidos a todos los antiguos miembros del Secretariado de las Farc que puedan. Igual a como hicieron con sus amigos paramilitares. Esto no desencadenará otra ola de violencia, pero podría entorpecer el proceso con el Eln.

Como bien dice el brillante analista Ariel Ávila —que desde principios del 2011 ya había predicho que en el 2012 Santos comenzaría el proceso de paz con las Farc—, el gran peligro no es que la guerrilla se devuelva al monte, sino que haya una nueva ola de violencia criminal. El germen está allí.

Twitter: @santiagovillach

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