Duque y los títeres sin criterio

Catalina Uribe Rincón
23 de noviembre de 2019 - 05:00 a. m.

Por estos días recordé eñ Domingo Rojo. El 22 de enero de 1905, miles de manifestantes desarmados llegaron pacíficamente al Palacio de Invierno en San Petersburgo para presentar su inconformidad ante el zar Nicolás II. El mandatario, con su característica falta de criterio, se ausentó de la ciudad, ignoró las protestas y envió a la guardia imperial para que dispersara a las masas. Los soldados, aceptando seguir órdenes de sus supervisores, masacraron a los manifestantes.

Nicolás II tenía formación. Como todos los zares fue educado por los mejores. Tenía además algo de experiencia, pues desde temprana edad lo venían preparando para su cargo. Pero hay veces que el talento natural se resiste a la formación y a la experiencia. Con esto no estoy negando que la existencia de Nicolás II haya sido una excelente oportunidad para acabar con la monarquía. Sin embargo, hay que admitir que se requiere de gran incapacidad para acabar en un par de años con un gobierno de más de tres siglos. Por los tiempos, claro, pero sobre todo por ineptitud de Nicolás II, la dinastía de los Romanov llegó a su fin.

¿No tenía acaso consejeros el zar? Hoy en día le damos gran valor a la multiplicidad de criterios. Creemos en instituciones que reglamenten prácticas y canalicen saberes para protegernos del autoritarismo y la negligencia. Pero por más balance de poderes, por reglas y prácticas, seguimos necesitando que haya algunos que lideren, que “den línea”. Sí, que se turnen ese liderazgo, que ese liderazgo venga con restricciones y todos los demás controles democráticos. Pero hay algo del criterio que no es mejor porque sea una suma de muchos. Hay algo en la autoría de la decisión que exige un talento que no puede delegarse. Algunos creyeron que Rasputín estaba detrás del trono, otros que su madre, otros que su esposa. Pero Nicolás II no fue capaz ni de obedecer con inteligencia.

Cuando quedó Duque de presidente se asumió que por ser “el que decía Uribe” sería entonces el “títere” de Uribe. Pero la imagen del “títere” confundió a muchos. Los uribistas se sintieron tranquilos pensando que era otro el que llevaba las riendas. Por esto, ni la falta de preparación de Duque ni su radical falta de experiencia fueron obstáculo para que muchos lo eligieran. El problema es que los “títeres” en la vida real son realmente coequiperos. Están de segundos y ceden ante el jefe, pero lo hacen por necesidad o conveniencia. Para ser “títere” hay que tener criterio y norte. Hay que saber cómo y cuándo. Hay cierto arte en ser sombra.

Por un momento pensé que el presidente Duque aprovecharía la marcha del 21 para renegociar los términos del acuerdo. Para ver qué quería el país. No sé, para ganarse algunos corazones. Dar algo de esperanza. O, al menos, canalizar los ánimos. Pero no, como Nicolás II, ante la oportunidad de mostrarse líder, se mostró “bully”. Sacó tanques, al Esmad y al Ejército. Y así, sin más, hizo del último recurso el primero. Todas las naciones tienen usos de la fuerza que son legítimos, pero hay que esperar a la inminencia y gravedad de la amenaza para usarla, e incluso, desplegarla. Al final de cuentas, la fuerza es siempre, en el fondo, bruta, tosca, sin pulimiento, carente de refinamiento y de civilidad y, como ciertos líderes, básica.

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar