
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
La Segunda Guerra Mundial tuvo su final anticipado en Europa con el suicidio de Adolf Hitler, el megalómano, racista y xenófobo que, con un discurso de odio, sometió al mundo a su momento más doloroso. A pesar del repudio que causa su legado, hay quienes han revivido o desean revivir las ideas del totalitarismo. Esta fecha es una buena ocasión para poner en evidencia a aquellos negacionistas que quieren ocultar los horrores del nazismo, así como a aquellos que creen que no se quitó la vida, sino que huyó hacia América Latina.
En Alemania se vive con el fantasma de lo que aconteció. A pesar de que la canciller Angela Merkel ha dado un manejo ejemplar a situaciones de crisis, que podrían asemejarse a las que permitieron la llegada de Hitler al poder, en varios países del mundo cada tanto aparecen líderes populistas y xenófobos que quisieran acabar con el orden que se estructuró en 1945. Sin ir muy lejos, los alemanes que no olvidan, para no repetir el pasado, ven con preocupación que partidos ultraderechistas como Alternativa para Alemania (AfD), de clara influencia nazi, haya ganado recientemente las elecciones en varios parlamentos estatales. Lo anterior, en buena parte, como rechazo a la política solidaria de la señora Merkel de permitir el ingreso al país de miles de migrantes que huyen del hambre y de la guerra.
Hitler representa lo peor de la condición humana. Utilizó su oratoria y olfato político para sintonizarse con un sector de la sociedad alemana. Su rápido ascenso al poder, no hay que olvidarlo, se dio una década después de la pandemia de la gripe española y en medio de los efectos devastadores de la Gran Depresión. Una vez se hizo con el poder, en 1933, dentro del juego democrático, se quitó la careta de demócrata y concentró todos los poderes. Aquellos sectores conservadores y del empresariado que lo apoyaron, como el líder salvador de Alemania de las garras de la anarquía y del comunismo, pensaron que más adelante les devolvería el poder. Las consecuencias de esa equivocación fueron las más de 50 millones de personas que fallecieron durante la guerra.
Hoy es necesario recordar, en especial a las nuevas generaciones, las atrocidades que se cometieron. Es muy probable que nombres como Dachau y Auschwitz, de los cuales se ha conmemorado en estos meses el aniversario 75 de su liberación, no signifiquen mayor cosa para ellos. Dachau fue el primer campo de concentración que creó Hitler para confinar allí a todos sus oponentes y someterlos a tratos y vejámenes nunca vistos en Alemania. Auschwitz comenzó como otro campo de trabajo forzado y uno de sus satélites, Birkenau, terminó siendo el mayor campo de exterminio dentro del Holocausto al que fue sometido el pueblo judío, junto a otros seres humanos. A pesar de que sus testigos presenciales van falleciendo, queda el compromiso de no permitir que estos hechos se vuelvan a repetir.
De las acciones de Hitler surgió el término de genocidio, es decir, la fuerza del Estado puesta al servicio de la eliminación de un pueblo, raza o cultura. Ya lo había hecho con sus opositores políticos y religiosos, enfermos, discapacitados, homosexuales o cualquiera que no tuviera un lugar dentro de sus propias fronteras. No fue el único. Dentro del totalitarismo, ya Stalin hacía lo mismo en la URSS. Más adelante Pol Pot, Mao, Pinochet, Fidel Castro o los responsables de lo acontecido en los Balcanes, en Ruanda, o actualmente con los rohyngas, o en Corea del Norte, en distintas circunstancias y con diversas variables, han revivido horrores similares.
Como lo recuerdan los expertos en el tema de Hitler, este personaje infame dictó su testamento antes de suicidarse junto a Eva Brown, su amante. En el mismo, y a pesar de la evidencia de la derrota y las atrocidades cometidas, no demostró un solo asomo de arrepentimiento, ni pidió perdón a sus millones de víctimas. Este hecho es la mejor prueba de su culpabilidad, para quienes aún quieren emularlo.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a elespectadoropinion@gmail.com.
Nota del director. Necesitamos de lectores como usted para seguir haciendo un periodismo independiente y de calidad. Por favor, considere adquirir una suscripción digital y apostémosle al poder de la palabra.