La acusación no es nueva y requiere su esclarecimiento. Unos meses atrás publicamos una detallada nota, sobre la base de datos suministrados por autoridades gubernamentales, dando cuenta de la presencia allí de Iván Márquez, Timochenko, Grannobles, Rodrigo Granda, y de unos 1.500 guerrilleros en 28 campamentos. La Casa de Nariño dice que su deseo es el de dejar en claro por qué las relaciones bilaterales se encuentran en la actual sin salida. Sin embargo, cualquier observador desprevenido puede entender que este tipo de comentarios son una piedra en el zapato para la nueva política exterior de entendimiento y diálogo directo que acertadamente ha venido delineando Santos.
Que las relaciones de vecindad tienen altibajos, es casi una verdad de Perogrullo. Más aún cuando se trata de una frontera tan viva como la que tenemos con Venezuela y, en los últimos años, con Ecuador. En el primer caso, además, la presencia del Estado suele ser escasa y allí aprovechan los grupos al margen de la ley —guerrillas, paramilitares, narcotraficantes, secuestradores o mafias de la gasolina— para sentar sus reales. Esta situación tampoco es novedosa y se ha mantenido a lo largo de demasiado tiempo.
El tema lo agrava la abierta simpatía que el presidente Chávez ha expresado por la guerrilla, así como la negada presencia de líderes guerrilleros. Estos hechos generan aquí un alto grado de desconfianza sobre las reales intenciones de las autoridades chavistas. Y del lado de allá abundan las denuncias sobre la utilización de nuestro país, por parte de Estados Unidos, para una supuesta acción militar que dé al traste con el experimento del Socialismo del Siglo XXI. En este ambiente de controversia y recriminaciones mutuas han fluctuado los últimos años de la relación bilateral, con las graves consecuencias de deterioro en la seguridad fronteriza y la lesiva disminución del intercambio comercial.
Buscando una salida a este laberinto, Juan Manuel Santos decidió apostar por el realismo político al privilegiar el camino del entendimiento y del diálogo, por encima de la funesta diplomacia del micrófono, a la que suelen ser tan dados los dos gobernantes actuales. Como ministro de Defensa, Santos debió conocer esta delicada información de primera mano, por lo cual no se puede pensar que su prudencia actual sea signo de debilidad. Por el contrario, es claro que para bajar las tensiones hay que generar confianza mutua entre las partes. De allí que el nombramiento de una canciller como María Ángela Holguín, que conoce muy bien el terreno, haya sido de tan buen recibo. Aquí y allá.
El periplo que recientemente Santos y Holguín iniciaron por varios países de América Latina y el Caribe, así como la gira por Europa, son pasos seguros en la dirección correcta. Los gestos de confianza hacia Venezuela y Ecuador deben profundizarse, en la medida en que han tenido buena receptividad en ambas capitales. Se trata, por lo demás, de hacer respetar a nuestro país, aclarando los temas controversiales. Es hora, pues, de dejar atrás el camino de la confrontación. Y para ello, nada más urgente que una mayor prudencia en el lenguaje. El llamado al diálogo es más que bienvenido.