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El 6 de junio de 1944 cambió la historia del mundo. Ante la grave amenaza de que el totalitarismo nazi se consolidara en Europa, tropas aliadas desembarcaron en Normandía, Francia, para cambiar el rumbo de la guerra y gestar la derrota de Hitler. Ocho décadas después los líderes de los países que entonces defendieron la democracia se reunieron allí, no solo para honrar a las víctimas, sino para hacer un llamado de alerta al mundo frente a las crecientes amenazas de los regímenes autoritarios o abiertamente dictatoriales.
Desde que existe la democracia en el mundo como sistema de gobierno operante, este es el año en que el mayor número de países llevan a cabo elecciones, 80, bien sea para elegir a sus jefes de Estado o de Gobierno, o, como en la Europa Comunitaria, el Parlamento Europeo, cuyas elecciones tendrán lugar mañana. El número de países que se encuentran bajo regímenes autocráticos ha aumentado de manera preocupante. En el Viejo Continente se fortalecen los partidos de ultraderecha con un discurso nacionalista, xenófobo, homófobo y racista, que erosiona los derechos humanos y socava los valores democráticos. Uno de los aspectos más preocupantes es el hecho de que un buen número de los jóvenes han caído en las redes de estos movimientos populistas, dado que no sienten que sus demandas hayan sido satisfechas por los partidos tradicionales.
La pregunta obligada es: ¿qué tanto ha aprendido el mundo desde la Segunda Guerra Mundial en defensa de la libertad y la democracia? El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, dijo que “conocemos las fuerzas oscuras contra las que lucharon estos héroes hace 80 años. Nunca desaparecerán la agresión y la codicia, el deseo de dominar y controlar, de cambiar las fronteras por la fuerza (…) y la lucha entre la dictadura y la libertad es interminable”. Tiene toda la razón. En su propio país, el expresidente Donald Trump, que aspira a la reelección en noviembre, y quien fue declarado convicto en días pasados, ha hablado de crear un Reich -imperio, en la jerga nazi- si regresa a la Casa Blanca.
La guerra de agresión que lleva a cabo Vladimir Putin en Ucrania ha revivido los meses previos al estallido de la última conflagración mundial. Si, como decía George Santayana, “quien olvida la historia está condenado a repetirla”, el mundo está viviendo algo similar a un déjà vu. Los años previos a la Segunda Guerra Mundial estuvieron plagados de nacionalismo, xenofobia, racismo y deseos belicistas de distintas potencias por dominar militarmente, en principio, a sus vecinos. El ejemplo de Putin, un autócrata megalómano que desea reconstruir el poderío de la antigua Unión Soviética, es más que diciente. Desde su llegada al poder, del cual no desea irse, ha actuado por la fuerza contra varias de las exrepúblicas soviéticas y en 2014 se anexó la Península de Crimea, que pertenece a Ucrania, para luego invadir a su vecino con pretensión de someterlo. La oportuna respuesta de Occidente ha frenado, de momento, la arremetida rusa, aunque la batalla continúa; allí, pero también en el mundo entero, en defensa de los principios democráticos que hace 80 años se protegieron tras el desembarco en Normandía.
De esta manera una fecha, la del llamado “Día más largo”, que no debería ser más que una conmemoración para recordar un momento histórico de especial relevancia en el mundo, adquiere en este momento tanta importancia. La inmensa mayoría de los jóvenes de hoy en día no tienen una idea clara de lo que ese hecho significó y, por lo mismo, no lo pueden relacionar con la realidad que hoy se vive a nivel global.
El presidente Biden aseguró que no dejarán sola a Ucrania y que la coalición anti-Putin no se irá. “Si lo hacemos, Ucrania será subyugada, y no acabará ahí (…) Toda Europa se verá amenazada (…) los autócratas del mundo están observando atentamente para ver qué ocurre en Ucrania (…) Rendirse ante los matones, doblegarse ante los dictadores es sencillamente impensable (…) Recuerden, el precio de la tiranía sin control es la sangre de los jóvenes y los valientes”. Suscribimos sus palabras y, bajo ningún concepto, se debería permitir que se repita esa dolorosa historia.
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