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Llegamos al final de la campaña electoral dudando sobre qué es real y qué está construido por la inteligencia artificial. Colombia no estaba preparada para la cantidad de noticias falsas, audios fabricados y videos alterados que circularon en estas semanas, al punto de que se volvió costumbre el desmentido de publicaciones que parecían ciertas. Si ese es un resumen de los retos que enfrenta nuestra democracia, el simbolismo que lo acompaña es certero: mientras los ciudadanos intentan resistir, las instituciones tardan en adaptarse y las manipulaciones nos llevan la ventaja en la carrera por quedarse con el poder. A pesar de todo esto, empero, el voto sigue siendo un acto de firmeza para apostarle a la construcción de este proyecto común de país en el que necesitamos que todas las voces se hagan valer.
Si la inteligencia artificial es un reto nuevo, este año también vivimos de manera patente las maldiciones de siempre. La violencia fue protagonista. Hay sectores del país donde los candidatos tuvieron que hacer campaña en medio del terror. Algunos hasta les tuvieron que rendir cuentas a grupos armados al margen de la ley. La Misión de Observación Electoral y la Registraduría prendieron alarmas mientras el Gobierno Nacional se vio corto en reaccionar a las múltiples amenazas. En medio de los esfuerzos por darle oxígeno a la “paz total”, tuvimos elecciones con niveles de violencia que no veíamos desde antes del acuerdo con las FARC. Es también elocuente que el último escándalo haya sido un comunicado de la mesa de diálogos con el Estado Mayor Central, donde se decía que las disidencias iban a hacer presencia en la apertura de las elecciones. Aunque el Gobierno, pasando por el propio presidente Gustavo Petro, salió a desautorizar la invitación, el comunicado de prensa existió y cerró con muchas dudas una campaña marcada por el miedo.
El otro gran interrogante es sobre la integridad de las elecciones. Mientras el Consejo Nacional Electoral mantuvo en vilo centenares de candidaturas, en un tira y afloje institucional, hizo bien el Gobierno en ofrecer generosas recompensas para quien denuncie intentos de compra de votos. Es impresentable que en nuestro país solo haya una condena de alto nivel por este delito, cuando sabemos que es muy común en el día electoral y especialmente cuando se eligen concejos, asambleas, alcaldías y gobernaciones.
A pesar de todo lo anterior, nuestra democracia muestra síntomas esperanzadores. La participación en elecciones viene en aumento y el año pasado vimos a un país muy interesado por las legislativas y presidenciales. En todos los lugares de Colombia hubo espacio para candidaturas de todo el espectro político y en los tarjetones hay opciones para todos los gustos. También es de resaltar que Comunes, a pesar de la persecución contra los excombatientes, ha seguido ejerciendo sus derechos políticos, mostrando que los acuerdos de paz son la respuesta. Todo esto hay que cuidarlo y la principal forma es saliendo a votar. Así sea en blanco, pero hacerse contar, decir que la democracia importa, que esperamos más de nuestros gobernantes e instituciones, que Colombia valora su Constitución y no da por sentado el derecho a votar en libertad. Ante los retos, hacer presencia siempre será la respuesta.
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