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La decisión del jurado en el caso de Johnny Depp contra su expareja, Amber Heard, terminó un grotesco espectáculo que capturó la atención del mundo y sentó un pésimo precedente en varios niveles. No solo es una grave advertencia para todas las víctimas de violencia doméstica que decidan contar en público sus casos, sino que es una limitación extraña e incoherente a la libertad de expresión en un país que se precia de su jurisprudencia protectora de ese derecho fundamental. Más allá de los detalles sobre la relación y los chismes que se ventilaron durante el juicio, el temor que muchas mujeres sienten al denunciar se justifica cuando la sociedad respalda con tanta vehemencia a un agresor.
El caso por difamación, análogo a la injuria en Colombia, argumentaba que Amber Heard destruyó la reputación y la carrera de Johnny Depp al publicar un artículo de opinión en The Washington Post. En particular, el jurado encontró difamaciones en tres afirmaciones de la actriz que transcribimos de su columna original: “Hablé contra la violencia sexual y me enfrenté a la furia de la cultura por hacerlo. Eso debe cambiar”, “Me convertí en una figura pública representando el abuso doméstico y sentí la fuerza completa de la rabia que nuestra cultura tiene hacia las mujeres que denuncian”, “Pude ver, en tiempo real, cómo las instituciones protegen a los hombres que son acusados de abuso”. Todas, creyeron los jurados, hacían referencias poco sutiles a Depp y terminaron afectando seriamente su carrera.
Es extraño que el jurado encontrara que esas frases eran falsas y, por ende, difamaban a Depp. El mismo jurado consideró que Heard había sido difamada cuando el abogado del actor dijo que se inventó los hechos de violencia doméstica. Durante el juicio, como escribe Michelle Goldberg en The New York Times, vimos “un video de Depp destrozando cosas en la cocina mientras ella intentaba calmarlo, escuchamos una grabación donde él la grita por atreverse a hablarle de manera autoritaria y otro en donde escuchamos a Depp amenazar con cortarse mientras ella le rogaba que bajara el cuchillo”. También son públicos mensajes de texto del actor a un amigo en los que dice: “Voy a follarme su cadáver quemado para asegurarme de que está muerta”. Depp argumentó que eso lo decía en broma.
La estrategia de defensa de Depp fue posicionar a Heard como una agresora. Triunfó en el debate público y ante los jurados: al final el relato que terminó siendo adoptado fue el de “una relación compleja” donde nadie podía ser juzgado. ¿Por eso Heard no podía hablar en público de la violencia que sufrió? ¿El no ser una víctima perfecta implica, acaso, que no fue en efecto violentada? ¿Cuál es la mentira en decir que era una figura pública en representación del abuso doméstico? ¿Desde cuándo una opinión y una denuncia, que no son falsas, pueden costar US$10 millones?
El mensaje es claro para las víctimas: si hablas en público de lo que te pasó y no eres un ser humano perfecto, el sistema te hará pagar. Qué nefasto precedente.
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