Apostémosle a una educación pública en grande

El Espectador
10 de octubre de 2018 - 05:00 a. m.
Una universidad pública robusta, respetada, con buenas instalaciones, que invierta en investigaciones de todo tipo y que tenga cupos para las decenas de miles de colombianos que los necesitan cada año es una aliada para combatir la desigualdad. / Foto: Archivo El Espectador
Una universidad pública robusta, respetada, con buenas instalaciones, que invierta en investigaciones de todo tipo y que tenga cupos para las decenas de miles de colombianos que los necesitan cada año es una aliada para combatir la desigualdad. / Foto: Archivo El Espectador

Hoy, los estudiantes y maestros de las 32 universidades públicas del país saldrán a marchar. Estarán acompañados por el Sindicato del Sena, la Organización Nacional Indígena y grupos estudiantiles de universidades privadas que incluyen a la Javeriana, el Externado y los Andes. El motivo: pedirle ambición al gobierno de Iván Duque.

El problema es conocido y reiterado. Colombia está acostumbrada a ver al sector público de la educación superior tomarse las calles para exigirle al gobierno de turno que por favor solucione la desfinanciación histórica que sufren las universidades del país. Que sea una imagen normalizada, no obstante, no significa que haya perdido su validez. Al contrario, es un testimonio del fracaso del Estado en un punto esencial para el desarrollo de la sociedad.

Lo frustrante es que, gobierno tras gobierno, reforma tras reforma, hay promesas rimbombantes sobre el rol de la educación pública. Pero las raíces del problema persisten.

El diagnóstico está más o menos claro: la Ley 30 de 1992 falló en proponer un mecanismo de financiación que les permitiera a las universidades del país crecer a medida que aumenta la demanda de la sociedad. Ante esa ausencia de recursos, cada centro educativo debe hacer maromas que implican menos estudiantes matriculados, peores espacios educativos, falta de incentivos para los profesores y una agonía constante por subsistir.

Para la muestra un botón: la marcha de hoy se debe a que las universidades calculan que solo tienen recursos para terminar este año escolar y ya. Aun así, paradójicamente, la universidad pública sigue compitiendo entre las mejores en calidad del país.

Más allá de las propuestas puntuales que hay para solucionar la crisis, que implican una destinación más contundente de recursos para que el sector respire, nos parece que el tema debería apelar a la ambición de los colombianos. Se trata, en esencia, de cómo soñamos el país a futuro.

Una universidad pública robusta, respetada, con buenas instalaciones, que invierta en investigaciones de todo tipo y que, sobre todo, tenga cupos para las decenas de miles de colombianos que los necesitan cada año es una aliada para combatir la desigualdad. Lo hemos visto en países ricos e incluso en Estados con menos recursos que Colombia: cuando se le apuesta a la educación pública, el acto simbólico no es menor, pues les dice a todos los ciudadanos que tienen a su alcance la posibilidad de construir el proyecto de vida que deseen, sin importar su contexto social.

El presidente Iván Duque ha dado señales de que comprende la importancia de la educación pública. Nuestra invitación es a que sueñe en grande. Es momento de hacer las reformas estructurales que han sido aplazadas, de que el país abandone los estigmas a la educación pública y le otorgue la importancia que merece; que sea la prioridad del Gobierno Nacional.

A ver si, por fin, dejamos de ver marchas repetitivas y promesas que terminan en nada.

¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.

Por El Espectador

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