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                                                                                                                              La conquista de la laicidad

                                                                                                                              LA LAICIDAD, UNA DE LAS CONQUISTAS más relevantes de los últimos años para el pueblo colombiano, no parece ser objeto de ningún respeto por parte de algunos de nuestros gobernantes.

                                                                                                                              El Espectador

                                                                                                                              Se le ha visto por estos días al presidente Álvaro Uribe de rodillas para dar gracias ante el cuerpo embalsamado del beato Mariano Eusse Hoyos por la liberación de los 15 secuestrados que se encontraban en poder de las Farc; a la Iglesia Católica mediando entre el Presidente y la Corte Suprema de Justicia, en una reunión liderada por el cardenal Pedro Rubiano; y al Presidente y varios de sus ministros rezando el rosario en el Palacio de Nariño con transmisión por el Canal Institucional.

                                                                                                                              Varios son los columnistas que se han pronunciado frente al peligro que representan este tipo de actitudes que llevan a que los principios básicos de la Constitución, en donde se estipula que habrá libertad de cultos e igualdad de las iglesias ante el Estado, sean obviados. Los funcionarios públicos no pueden hacer alarde de sus convicciones religiosas en público, cualesquiera que éstas sean, porque ello contradice el espíritu incluyente y pluralista que denota la decisión de haber promulgado una Constitución en la que, a diferencia de la de 1886, la religión católica es una más entre las existentes y no goza de preferencia alguna.

                                                                                                                              Sin embargo, el propio Gobierno Nacional se ha encargado de adelantar proyectos contrarios a los de la necesaria separación entre la Iglesia y el Estado, como cuando anunció, en términos de política educativa, que la religión sería reintroducida en tanto que curso obligatorio en los colegios. No especificó que tuviese que ser la religión católica, es cierto, pero todos los colombianos tienen derecho a no profesar culto alguno si así lo desean —y, evidentemente, la inmensa mayoría de los colombianos profesa el catolicismo—. Creer, en ese sentido, se traduce en una decisión personal.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Ahora bien, más allá de las creencias de algunos de nuestros gobernantes, que en privado son inofensivas, no parece que la sociedad se percate del riesgo real que se deriva del ataque a la laicidad. Para llegar a la Constitución de 1991 e instaurar un sistema laico, que en todo caso no figura como tal en el texto, mucha fue la sangre que corrió en el territorio nacional por obra y gracia del enfrentamiento entre conservadores y liberales que diferían frente al lugar que debía ocupar la Iglesia Católica en el ordenamiento moral y jurídico de la sociedad. Aún resuenan los ecos de las guerras civiles del siglo XIX, la intransigencia y el radicalismo ocasionados por las reformas religiosas implementadas por el ex presidente Alfonso López Pumarejo en los años treinta, así como las incendiarias pastorales de diferentes obispos, durante la violencia partidista de los años cincuenta, dedicadas exclusivamente a impartir órdenes morales que pretendían hacer de la música “de negros”, el consumo de alcohol, la afiliación al liberalismo, o la simple ida al cine, pecados graves que podían dar pie a una excomunión.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Si no hay laicidad, puede decirse, no habrá garantías para la diversidad, en las discusiones que suscitan polémicas se apelará a una única verdad y la democracia seguirá siendo un ideal difícil de llevar a la práctica.

                                                                                                                              Se le ha visto por estos días al presidente Álvaro Uribe de rodillas para dar gracias ante el cuerpo embalsamado del beato Mariano Eusse Hoyos por la liberación de los 15 secuestrados que se encontraban en poder de las Farc; a la Iglesia Católica mediando entre el Presidente y la Corte Suprema de Justicia, en una reunión liderada por el cardenal Pedro Rubiano; y al Presidente y varios de sus ministros rezando el rosario en el Palacio de Nariño con transmisión por el Canal Institucional.

                                                                                                                              Varios son los columnistas que se han pronunciado frente al peligro que representan este tipo de actitudes que llevan a que los principios básicos de la Constitución, en donde se estipula que habrá libertad de cultos e igualdad de las iglesias ante el Estado, sean obviados. Los funcionarios públicos no pueden hacer alarde de sus convicciones religiosas en público, cualesquiera que éstas sean, porque ello contradice el espíritu incluyente y pluralista que denota la decisión de haber promulgado una Constitución en la que, a diferencia de la de 1886, la religión católica es una más entre las existentes y no goza de preferencia alguna.

                                                                                                                              Sin embargo, el propio Gobierno Nacional se ha encargado de adelantar proyectos contrarios a los de la necesaria separación entre la Iglesia y el Estado, como cuando anunció, en términos de política educativa, que la religión sería reintroducida en tanto que curso obligatorio en los colegios. No especificó que tuviese que ser la religión católica, es cierto, pero todos los colombianos tienen derecho a no profesar culto alguno si así lo desean —y, evidentemente, la inmensa mayoría de los colombianos profesa el catolicismo—. Creer, en ese sentido, se traduce en una decisión personal.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Ahora bien, más allá de las creencias de algunos de nuestros gobernantes, que en privado son inofensivas, no parece que la sociedad se percate del riesgo real que se deriva del ataque a la laicidad. Para llegar a la Constitución de 1991 e instaurar un sistema laico, que en todo caso no figura como tal en el texto, mucha fue la sangre que corrió en el territorio nacional por obra y gracia del enfrentamiento entre conservadores y liberales que diferían frente al lugar que debía ocupar la Iglesia Católica en el ordenamiento moral y jurídico de la sociedad. Aún resuenan los ecos de las guerras civiles del siglo XIX, la intransigencia y el radicalismo ocasionados por las reformas religiosas implementadas por el ex presidente Alfonso López Pumarejo en los años treinta, así como las incendiarias pastorales de diferentes obispos, durante la violencia partidista de los años cincuenta, dedicadas exclusivamente a impartir órdenes morales que pretendían hacer de la música “de negros”, el consumo de alcohol, la afiliación al liberalismo, o la simple ida al cine, pecados graves que podían dar pie a una excomunión.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Si no hay laicidad, puede decirse, no habrá garantías para la diversidad, en las discusiones que suscitan polémicas se apelará a una única verdad y la democracia seguirá siendo un ideal difícil de llevar a la práctica.

                                                                                                                              Por El Espectador

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