Ni Colombia ni Venezuela deberían portarse como republiquetas tropicales adolescentes, sino como países maduros capaces de usar ese viejo invento, no de las buenas maneras, sino de la convivencia inteligente entre pueblos vecinos: la diplomacia. Si cesa la diplomacia, ésta es reemplazada por la animadversión y luego por las armas. Venezuela, Colombia y Ecuador pueden y deben convivir en paz, a pesar de las diferencias de talante y de visión política e ideológica que haya entre sus gobernantes.
Nadie niega que el contenido de los archivos del computador de Raúl Reyes sea muy grave. Allí se demuestra que el presidente Chávez y muchos de sus funcionarios más cercanos han estado conspirando, aliándose irresponsablemente con el peor enemigo interno que ha tenido el Estado colombiano en toda su historia: las Farc. Lo más curioso es esto: como dentro de la izquierda democrática colombiana, el Polo Democrático Alternativo en concreto, no ha tenido suficiente eco ni apoyo la propuesta bolivariana de Chávez, el país vecino resolvió vender aquí su proyecto de alianzas continentales con un grupo insurgente que viene repartiendo sangre y terror desde hace decenios. Como estrategia política, no pudo escoger nuestro vecino una política más errada, pues este amigo que se ha buscado aquí, las Farc, tiene un rechazo en la población que es casi unánime.
Sin embargo, lo que a Chávez no le funcionará nunca en Colombia para arrastrar consensos, le puede funcionar fuera de nuestras fronteras, en los grupos más radicales de la izquierda latinoamericana o europea, donde se considera a Uribe —no sin razones— un aliado de Bush, el presidente norteamericano más desacreditado de la historia. Para contrarrestar este creciente desprestigio internacional, sirve una diplomacia activa. No sirven, en cambio, las revelaciones gota a gota del contenido de los computadores de Reyes. Estas filtraciones son también para consumo interno (para aunar consensos que ya existen), para subir más puntos en unas encuestas ya saturadas de apoyo, pero no para seguir un camino responsable que evite una escalada armamentista e incluso algún episodio bélico en las fronteras. No es el momento de mirar hacia adentro, donde el apoyo está consolidado, sino de recomponer el desastre de la política exterior colombiana.
Las filtraciones funcionan muy bien para el consumo interno, e incluso para cierto desprestigio ulterior del régimen bolivariano, pero no sirven para tener lo que necesitamos: unos vecinos tranquilos que no se conviertan en aliados de la subversión y en un problema interno más. Las filtraciones son buenas para vender revistas y periódicos, para irritar los instintos nacionalistas de los pueblos, pero no para recoser unas relaciones, más que deterioradas, al borde del colapso.
Los medios de comunicación, por nuestra parte, no debiéramos convertirnos en los altavoces del odio, sino servir de vehículo para llamar a la calma y a la responsabilidad, si no queremos que esto nos lleve a una espiral de confrontación y de guerra. Los tiempos son difíciles y cualquier imprudencia en este ambiente puede tener resultados indeseables.
La política y la diplomacia son los caminos que evitan la lógica de la guerra. La lógica de la guerra es la de las Farc, y no nos podemos dejar arrastrar a ella, no sólo dentro, en lo que ya estamos, sino también fuera de las fronteras. No es el momento de seguir irritando a los vecinos con una o dos filtraciones más a la semana. Es el momento de hacerles un reclamo civilizado a través de organismos multilaterales que puedan inducirlos a no intervenir más en Colombia con alianzas terroristas, y al mismo tiempo a retomar unas relaciones de respeto, comercio y mutua conveniencia. Somos complementarios: nos necesitamos los unos a los otros; y nos necesitamos en paz, no en guerra.