En una sola semana, hemos pasado de la indignación total por el engaño de las Farc y su demencial comunicado del viernes pasado en el affaire Emmanuel, al júbilo esperanzador después de ver a dos familias, al menos dos, regresando a la vida con la liberación de Clara Rojas y Consuelo González el jueves de esta semana.
Así también, en el mismo lapso de una semana, hemos pasado de ver lejana cualquier posibilidad de hallar un punto de encuentro racional con ese grupo guerrillero, a confiar en que esta liberación, como dijo el representante de la Unión Europea para la Política Exterior y de Seguridad, Javier Solana, pueda ser “un prolegómeno a la liberación de todos los rehenes retenidos por las Farc y otros grupos violentos colombianos en el plazo más breve posible”.
El secuestro es un delito contra la humanidad que no tiene justificación alguna y que debe ser condenado sin eufemismos. No se puede ser ingenuos frente a él en la euforia del momento. Pero las entrañables imágenes de alegría de Clara, Consuelo y sus familiares en el reencuentro son muestra palpable de que el acuerdo humanitario es una meta, no sólo posible, sino digna de ser buscada por todos los medios.
Si bien son más las incógnitas que las certezas ante tantos jugadores, intereses, vanidades e insensateces que hay de por medio, lo que sucedió esta semana no es de poca monta. ¿Que el protagonismo del presidente Chávez perturba y que aterra su condescendencia, por decir lo menos, con las Farc? Claro, pero ha demostrado que puede obtener resultados humanitarios. ¿Que las Farc desprecian los más mínimos derechos humanos, son cínicas, crueles y mentirosas? Sin duda, pero esta vez han jugado políticamente como hace años no lo hacían. ¿Que el presidente Uribe está atrapado en la lógica de la guerra y cree que negociar es claudicar? Seguramente, pero abrió el espacio para el éxito de la operación de Chávez, cedió a la posibilidad de un despeje propuesto por la Iglesia e incluso ha invitado a las Farc a una “negociación sencilla”. ¿Que la comunidad internacional no conoce ni entiende en su real dimensión el conflicto que vive Colombia? Por supuesto, pero ha puesto sus ojos sobre la crisis humanitaria de los secuestrados y ha ejercido la presión suficiente para que los actores cedan en sus posiciones inamovibles.
El vaivén entre la esperanza y la desilusión no se va a quebrar si no se pone la liberación de todos los secuestrados como primer objetivo. Las Farc y el presidente Uribe, como buenos guerreros, no van a acercarse sin una mediación, autorizada o no. Las sendas reacciones a la liberación así lo demuestran. Lamentable que el presidente Chávez haya tomado partido al identificarse ayer con el desprecio a la vida y los derechos humanos de la guerrilla. Ha dejado de ser un mediador confiable. Pero no, un actor relevante. Acompañado —y sobre todo controlado— por la comunidad internacional, su canal evidente puede servir para avanzar en lo humanitario sin permearlo de política. El hecho es que la esperanza de que la felicidad de las familias Rojas y Perdomo se multiplique está encendida. Y no es momento de apagarla con radicalismos.