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La voz de los sobrevivientes

La fuerza moral de unos ciudadanos que pongan lo humano como prioridad será imbatible al final.

El Espectador

22 de enero de 2008 - 07:16 a. m.
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No cesan los golpes de realidad de las últimas semanas. Las pruebas de supervivencia —y no puede ser más literal la palabra en este caso— de ocho de los cientos de secuestrados por las Farc son tan desgarradoras como vergonzosas e indignantes sobre la situación que padecen estos compatriotas condenados a morir en vida en la selvas del país, enfermos, encadenados, humillados y tratados, maltratados, como animales.

No existe justificación alguna para que un ser humano sea sometido al tratamiento denigrante que se percibe en los relatos y fotografías conocidos esta semana. Nadie puede ser condescendiente con esta infracción sistemática y continuada al Derecho Internacional Humanitario por parte de los grupos ilegales.

Correcta ha sido, en ese sentido, la actitud asumida por la mayoría de países preocupados por la situación de los secuestrados en Colombia, para no caer en la trampa de olvidar las atrocidades de las Farc y abrirles el espacio político apenas por haber liberado un par de secuestradas y haber permitido conocer pruebas de supervivencia de un puñado más. Como bien lo dijo el Ministerio de Asuntos Exteriores francés, en concordancia con casi la totalidad de los pronunciamientos respecto de la propuesta del presidente Chávez la semana pasada, “la revisión de la inscripción de las Farc en la lista de organizaciones terroristas no se podría considerar más que en el marco de la liberación de todos los rehenes”.

Si es verdad que las Farc quieren entrar al escenario político deben comenzar por revisar sus métodos atroces. Un primer gesto sería permitir que una misión médica examine a los secuestrados, como lo ha ofrecido el Comité Internacional de la Cruz Roja. Pero al final, la única posibilidad de abrir de nuevo el espacio que hoy piden y que con su barbarie ellas solas cerraron, es liberando cuanto antes y sin condiciones a todas las personas secuestradas y desechando para siempre de sus métodos la práctica inaceptable e injustificable del secuestro.

Con todo, más allá de las lógicas de la guerra y de la alta política, que seguirán sus dinámicas, si algo dejan claro los documentos provenientes de la selva es que en las narices de la sociedad colombiana se presenta una crisis humanitaria de dimensiones alarmantes, que no permite la inacción ciudadana. El coronel Luis Mendieta lo ha dicho de manera clara y contundente en su carta desgarradora: “no es el dolor físico lo que nos hiere, no son las cadenas que llevamos colgadas a nuestros cuellos lo que nos atormenta, no son las permanentes enfermedades las que nos afligen. Es la agonía mental causada por la irracionalidad de todo esto, es el enojo que nos produce la perversidad del malo y la indiferencia del bueno”.

Ahora cuando los sentimientos de compasión y de solidaridad están a flor de piel, surgen numerosas iniciativas para romper esa “indiferencia del bueno”. Afiches, calcomanías, recolección de firmas se suman a la convocatoria mundial a una marcha de rechazo a las Farc el próximo 4 de febrero. Bienvenidas todas ellas, así sean flores de un día con poco efecto tangible. La fuerza moral de unos ciudadanos que pongan lo humano como prioridad será imbatible al final. Más allá de los resultados inmediatos, debemos salir a protestar a viva voz para decirles a los dueños del poder de todo bando que el secuestro no es aceptable en el país que queremos vivir y que los derechos humanos de las víctimas, hoy arrasados, son nuestra prioridad, por encima de cualquier otra consideración.

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