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Las Fuerzas Militares, con la batuta del ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, y la orientación militar del general Freddy Padilla, logró impactantes objetivos que anteriormente creíamos vedados o imposibles de concretar.
En el plano estratégico, el bombardeo en marzo del campamento de Raúl Reyes, pese a la protesta de Ecuador, permitió por primera vez la muerte de un miembro del secretariado de las Farc. Además, el computador que le fue encontrado al líder guerrillero le reveló a la comunidad internacional, anteriormente reacia a involucrarse en el conflicto colombiano, oscuras relaciones del grupo guerrillero con organizaciones ilegales de otros países.
Meses después, la inteligencia militar condujo a la ‘Operación Jaque’, efectuada el 2 de julio, en la que 15 secuestrados fueron liberados sin disparar una bala. El éxito de la acción, opacada por el uso indebido de emblemas humanitarias, suscitó un clima de victoria que si bien no se compadece necesariamente con la realidad, permitió que hoy impere la sensación de que las Farc no son un actor intocable e imbatible. Es más, las continuas deserciones y el nivel de degradación que viven sus filas, son por todos conocidas.
Con todo el optimismo, los retos siguen siendo enormes. La polémica interpretación que de la directiva ministerial 029 de 2005 sobre incentivos a los militares por éxitos en la lucha contra la subversión, hicieron algunos integrantes de la fuerza pública, puso de manifiesto errores a la hora de hacer la guerra. No hay razones válidas que expliquen o justifiquen los llamados falsos positivos. El Gobierno hizo bien en retirar del servicio a 27 militares, pero aún no existe certeza de que estos hechos no se vuelvan a repetir. Y no pueden quedar dudas de que el respeto por los Derechos Humanos tiene que ser total. De ninguna manera el fin puede justificar los medios.
Las Farc están debilitadas pero no derrotadas; y el conflicto, urge aceptarlo, no se reduce a su existencia. La guerrilla ha sabido acomodarse, hoy tiene movilidad y aún apela a las minas antipersona, los francotiradores o la fabricación de morteros y armas artesanales para sostener su ofensiva. Entre tanto, otros grupos delictivos, como las bandas emergentes, constituyen un reto creciente. Entre paramilitares reinsertados que retomaron las armas, efectivos que nunca se desmovilizaron y grupos emergentes, se estima en 10.200 el número de personas en armas.
A pesar de que el Gobierno insiste en que los intereses de tales grupos se limitan al narcotráfico, en algunas de sus actitudes se parecen a las autodefensas cuando hostigaban líderes sociales, grupos sindicalizados o dirigentes políticos. Se sabe, además, que en algunas regiones hay integrantes de las Fuerzas Armadas que encubren a narcotraficantes, y de otras en las que los grupos guerrilleros y las bandas emergentes se unen para controlar algunos territorios.
En general los desafíos no son pocos y no se puede bajar la guardia. El año 2008 deja enormes satisfacciones, pero también el futuro requiere persistencia en un entorno económico apremiante. De cara al cambio de gobierno en los Estados Unidos y a la crisis financiera global, las inversiones en defensa pueden debilitarse, pero se requiere que el compromiso de las Fuerzas Militares se sostenga y así mismo se conserve el apoyo que la sociedad hoy le otorga. La meta deseable siempre será la búsqueda de una salida negociada al conflicto, pero mientras esta circunstancia no se dé, el Estado debe insistir en el cumplimiento del principio constitucional que lo insta a proteger la vida, honra y bienes de los ciudadanos.