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Historias ocultas

TRAS UNA DÉCADA DE AUSENCIA, el cine colombiano vuelve a ser noticia en el prestigioso Festival de Cine de Cannes. Atrás quedaron Rodrigo D, no futuro y La vendedora de rosas, de Víctor Gaviria, así como Cóndores no entierran todos los días, de Francisco Norden. El joven realizador colombiano Ciro Guerra, oriundo del Cesar, logró una ovación de más de 15 minutos en la presentación de su película Los viajes del viento.

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El Espectador
25 de mayo de 2009 - 09:30 p. m.
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Pese a que no resultó ganadora en la categoría Un certain regard (que algunos traducen como Una cierta mirada, pero que, quizás, iría mejor como Otra mirada), la película de Guerra, tras su igualmente exitosa ópera prima La sombra del caminante, retoma el mundo del Caribe de finales de los años sesenta en la sencilla pero maravillosa historia de Ignacio Carrillo, juglar que recorre pueblos y regiones con sus cantos en busca del anciano maestro al que le prometió, en vida, devolverle el acordeón con cachos  del que ahora no se puede librar. Lo acompaña en este, su último viaje, el joven Fermín, quien insiste en parecérsele, dice estar interesado en ser juglar y decide ir a la travesía que los llevará desde Majagual, Sucre, hasta Taroa, en la alta Guajira.

En el camino, como con toda pareja que en la literatura y las películas de ficción emprende viajes para huir o encontrar, el ahora maestro y su discípulo se toparán con la apabullante diversidad de la naturaleza que los rodea y las encrucijadas emocionales que definirán el camino. El uno, visiblemente cansado, por momentos dudoso y arrepentido de la vida errante que le piden que enseñe; y el otro, joven e impetuoso, dispuesto a no flaquear ante la amargura y hermetismo de su guía.

La película es la excusa perfecta para repasar un pedazo de la vasta geografía colombiana. Un road movie a pie, en chalupa y en burro que nos lleva por una Colombia indómita y para muchos, si no es que la mayoría, desconocida. Cesar, Bolívar, Magdalena, Atlántico y La Guajira serán abordados, en planos lentos y coloridos, con majestuosidad.

Sin insistir demasiado en el realismo mágico, el acordeón embrujado y las historias del diablo y sin hacer caso omiso de la violencia colombiana, que está presente en algunas escenas, pero no por ello es el eje conductor del relato, el vallenato, en su versión menos comercial, acompaña magistralmente el viaje que nos es ofrecido. Un vallenato que, a partir de la mezcla de obras nuevas y temas clásicos, se acerca a las raíces de esta música, acaso la más popular del país.

Perdió entonces Ciro Guerra con su película Los viajes del viento, que no recibió el codiciado galardón que sí obtuvo la griega Kynodontas (Diente de perro), dirigida por Yorgos Lanthimos. Pero con seguridad que esta es una de esas buenas noticias para el cine colombiano que habremos de rememorar por mucho tiempo.

Más allá de las historias de narcotráfico y violencia, que también son bienvenidas —incluso necesarias— pero que han terminado por absorber la creatividad de algunos de nuestros más connotados cineastas, queda claro que Colombia, país de fuertes contrastes y duras realidades, no se agota en su violencia. Que la geografía colombiana, apabullante, sigue inexplorada. Y que las historias ocultas, como esta del juglar que no quería serlo, esperan pacientemente a que alguien se decida a narrarlas con originalidad, sin facilismos —es una película lenta— ni exotismos.

Por El Espectador

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