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Al Congreso de la república parece gustarle que Colombia viva plagada de incoherencias normativas. Eso lo demuestra la caída, en el último debate, de la reforma constitucional para regular la venta legal de marihuana. Después del fracaso de la coalición de gobierno de construir mayoría calificada en el Senado, nuestro país queda en el limbo en el que ha estado los últimos 29 años: una persona puede, de manera legal, consumir su dosis mínima de marihuana, pero no tiene forma de obtenerla sin incurrir en un delito. Como ha ocurrido en tantos otros debates que involucran tensiones morales, los congresistas prefirieron mantener el extraño statu quo en el que vivimos.
Algunos congresistas no estuvieron a la altura que exigía el debate. Se escuchó la desinformación habitual: que la marihuana es una droga de entrada a otras más duras (lo que no tiene respaldo científico), que se va a permitir que los menores de edad tengan más fácil acceso a la droga (cuando se pueden utilizar reglamentaciones estrictas para su venta legal), que hay intereses de organizaciones criminales en la regulación (cuando lo que se busca es, precisamente, formalizar toda la cadena de producción para poder garantizar que esté libre de delincuencia). A pesar de que en varias regiones del mundo la industria del cannabis legal está generando ingresos por impuestos para los Estados y demostrando que no es el apocalipsis que han querido dibujar, el ala conservadora del Congreso sigue atrincherada en prejuicios del siglo pasado.
El representante a la Cámara que se echó al hombro insistir en la regulación de la marihuana, el liberal Juan Carlos Losada, tiene razón en un planteamiento básico: es necesario que esto se haga mediante reforma constitucional. Al someterlo a ocho debates y mayorías calificadas, exige que cualquier regulación sea el producto de acuerdos amplios. Así debe ser. No hay motivos ideológicos para seguir desconfiando de esta medida: regular la marihuana tiene sentido financiero y desde la perspectiva de libertades individuales. ¿Por qué persiste entonces la oposición?
La prohibición —en este caso de la marihuana— lo único que logra es fomentar el mercado clandestino. Las personas que consumen su dosis mínima tienen que comprar en la ilegalidad, sin tener garantías de la calidad del producto, de la manera en que se produjo y privando a grupos de personas enteras de la posibilidad de vivir del cultivo legal. Contrasta esa realidad con los nuevos trabajos que se han creado en Estados Unidos gracias a una industria de cannabis legal, que se ha podido afianzar gracias a la liberación regulada.
El Gobierno Nacional anunció que volverá a insistir en la regulación de la venta y producción del cannabis. Debe hacerlo y, quizá sin las elecciones locales en el panorama, los congresistas aprovechen la oportunidad para dar debates más mesurados. Hay muchos motivos para la discordia en Colombia; esta reforma constitucional no debería ser uno de ellos.
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