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Parece que el consumo y la comercialización del cannabis de uso adulto son un hecho en Colombia. Esta semana el acto legislativo que modifica la prohibición constitucional de todas las drogas para permitir el cultivo y la venta de marihuana fue aprobado en la Cámara de Representantes, con 94 votos a favor. Aún faltan dos debates, pero con el apoyo de la coalición de gobierno y mucho más conocimiento de la ciudadanía parece lógico que nuestro país cambiará de paradigma. Ya era hora.
Desde 1994 no tiene sentido que en Colombia se prohíban el cultivo y la venta de marihuana. En ese momento, en una sentencia estudiada en toda América Latina, la Corte Constitucional dijo que la dosis mínima de droga era parte del libre desarrollo de la personalidad y no podía ser decomisada ni perseguida por las autoridades. Entonces quedamos en uno de esos limbos jurídicos que parecen macondianos: el cultivo estaba prohibido, la venta estaba prohibida, pero el consumo personal estaba (de manera bien justificada, por cierto) permitido. El escándalo y el debate fueron tales, que en 2009 el entonces presidente Álvaro Uribe promovió una modificación a la Constitución, que rige hasta hoy y que dice que “el porte y el consumo de sustancias estupefacientes o psicotrópicas están prohibidos, salvo prescripción médica”.
Eso es, precisamente, lo que el acto legislativo busca cambiar. Y lo hace porque acepta lo que el mundo ya reconoció: que no hay motivos para prohibir la marihuana de uso adulto. Los colombianos han consumido marihuana durante décadas y lo seguirán haciendo. La pregunta es por qué no tener un mercado legal para garantizar calidad, no alimentar economías ilegales y proteger los derechos individuales de las personas.
No se trata de la panacea. Las economías ilegales no se van a acabar porque exista la marihuana legal. Sin embargo, reconocer la legitimidad de los proyectos de cultivo responsable empodera la creación de nuevos empleos y ayuda a combatir el estigma. También abre la puerta para debates más complejos que se deben dar en el país sobre la regulación de las drogas.
Le auguramos buen trámite al proyecto, aunque con un Congreso convulsionado siempre está el riesgo de que se creen obstáculos innecesarios. Pero la oposición a la regulación se basa en prejuicios y se ha vuelto insostenible a medida que otras democracias han permitido la comercialización de la marihuana sin contratiempos. El ejemplo de Estados Unidos muestra cómo se puede tener un mercado legal, bien regulado, que no aumente el consumo, que proteja a los menores de edad y que genere réditos para las comunidades. Es una buena política pública y una buena idea desde el punto de vista de negocios.
Sería buenísimo que quienes se han opuesto vean que al país le irá mejor si este proyecto de regulación se aprueba por consenso. Para cambiar la cultura y para romper los viejos ciclos de pánico moral, esta es la oportunidad histórica.
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