La muerte del expresidente Belisario Betancur, a sus 95 años, puede ser el comienzo de una nueva etapa en la construcción del relato histórico que hasta ahora tiene el país. El mandatario, que será recordado por su novedosa y comprometida apuesta por la paz en medio de uno de los períodos históricos más complejos y violentos, también quedó en deuda de contarle a Colombia su versión de lo ocurrido durante la toma del M-19 al Palacio de Justicia. Si, como lo prometió, su relato se conocerá póstumamente, tendremos por fin un testimonio esencial para conocer la verdad pendiente.
Después del gobierno represivo de Julio César Turbay, Betancur llegó al poder con una idea subversiva: el camino a la paz debe pasar por el diálogo. Su presidencia, entre 1982 y 1986, tuvo desde el principio que enfrentarse a una confluencia temeraria de actores. Las diferentes guerrillas en funcionamiento (Farc, M-19, Epl y otras), la creciente amenaza del narcotráfico (Pablo Escobar era, por aquel entonces, representante a la Cámara), la existencia de “fuerzas oscuras” dentro del Estado, incluyendo a un Ejército envalentonado por el Estatuto de Seguridad de Turbay, complicaban el diario vivir de un país desconectado, en crisis económica y con muchos retos institucionales.
Aun así, Betancur fue ambicioso. Como lo cuenta un estudio de Ana María Bejarano y otros académicos, fue la primera vez que un discurso de gobierno vinculó “dos problemáticas que hasta entonces se habían analizado y enfrentado separadamente: la necesidad de alcanzar la paz y la urgencia de llevar a cabo un proceso de reformismo político, económico y social”.
Fue así como se conformó un plan que buscó convocar a todas las fuerzas políticas para aprobar reformas estructurales del Estado, al mismo tiempo que se creó una comisión de paz para dialogar con todas las guerrillas, y se aprobaron una serie de leyes de paz que buscaron facilitar la reincorporación de los guerrilleros a la vida civil y amnistiarlos.
Aunque los procesos fracasaron, su vida fue una lucha permanente por la paz, desde cuando con el Grupo de Contadora trabajó por ella en Centroamérica, lo que le mereció el Premio Príncipe de Asturias, hasta los últimos días. No es casualidad que el Acuerdo Final con las Farc, obtenido durante el gobierno de Juan Manuel Santos, así como todos los esfuerzos de paz que se hicieron en estas tres décadas hayan compartido el diagnóstico que hizo su gobierno. Todavía hoy Colombia es un país que necesita apostarle a la paz con la que él soñó.
Dos marcas dolorosas, sin embargo, empañan su gran legado: cuando en 1985 el Palacio de Justicia fue tomado por el M-19 y retomado a sangre y fuego por las Fuerzas Militares y, una semana después, la tragedia anunciada de Armero.
En el primer hecho queda la amargura de saber que el presidente perdió el control de la situación y fuimos testigos de un golpe de Estado de facto durante dos días que dejaron múltiples muertos, personas desaparecidas, heridas que todavía no sanan y todo en nombre de “defender la democracia”.
En el segundo queda el recuerdo de la falta de previsión del Gobierno al no haber escuchado las alertas de los expertos que anunciaban la actividad inusual del Nevado del Ruiz. Se trató del doloroso fin para un gobierno que empezó con muchas expectativas.
Su vida posterior a la política fue un ejemplo, en particular por haber sabido alejarse de las disputas insulsas con los gobiernos de turno. Betancur promocionó las letras desde Santillana y, en Barichara, municipio donde pasó gran parte de su tiempo, impulsó su consolidación como el centro cultural y turístico que es hoy.
Lamentamos su muerte y celebramos una vida dedicada al mejoramiento de Colombia. Esperamos que su último aporte a Colombia haya sido la verdad prometida y que tanta falta ha hecho.