Bienvenido el disenso, rechazo a la violencia

El Espectador
06 de marzo de 2018 - 02:10 a. m.
Ahora que la plaza pública ha resurgido como lugar de debate, el rechazo al uso de la violencia y a los discursos de odio debe ser contundente y sin atenuantes. / Archivo
Ahora que la plaza pública ha resurgido como lugar de debate, el rechazo al uso de la violencia y a los discursos de odio debe ser contundente y sin atenuantes. / Archivo

La lógica es sencilla: cuando alguna de las partes involucradas en un debate recurre a las vías de hecho, ya no hay diálogo posible. La violencia no es deliberación democrática; es la canallada a la que los colombianos han tenido que acostumbrarse en estos dos siglos de vida republicana y democrática.

La semana pasada ocurrieron dos hechos que alargaron la lista de enfrentamientos reprochables entre candidatos a la Presidencia y ciudadanos de intenciones dudosas. Aunque de naturaleza y gravedad distintas, los disturbios en una presentación de Álvaro Uribe y los violentos ataques contra Gustavo Petro nos llevan a la pregunta: ¿somos incapaces como país de tener debates decentes, sustentados en argumentos y no en la fuerza bruta?

En Popayán, al expresidente y ahora senador Uribe lo acompañó constantemente un grupo de manifestantes. Ese tipo de protesta, no sobra decirlo, no es problemática: alzar la voz e incluso insultar forma parte del derecho a la libre expresión. Sin embargo, las tensiones llegaron a tal punto que se presentaron disturbios y la Policía tuvo que intervenir. Una sociedad madura tiene que ser capaz de tener profundos desacuerdos, y expresarlos, sin que eso degenere en violencia.

Mientras tanto, en Cúcuta, al candidato de la Colombia Humana lo recibió una turba que se enfrentó con la Policía. Lo más preocupante fue la agresión contra el vehículo en el que se transportaba Petro, que dejó un daño notable pese al blindaje. Aunque hay dudas sobre qué fue lo que causó el impacto (la investigación que adelanta la Fiscalía General, a través del CTI, descartó que se tratara de proyectiles de arma de fuego), el punto es el mismo: atentaron contra la vida de un candidato a la Presidencia. Eso es inaceptable.

Además, este último caso contó con la extraña pasividad de la Alcaldía local, en cabeza de César Rojas, lo que dejó aún más dudas sobre la voluntad del Estado de ofrecer las garantías necesarias para el ejercicio político de todos los candidatos.

¿Firmamos el Acuerdo de Paz y le hemos apostado al desarme sólo para que la violencia se tome los espacios públicos? ¿No puede existir la democracia en el país sin que terminemos a los golpes? ¿Estamos condenados a que la intolerancia sea la ley?

Un aspecto interesante de lo que viene ocurriendo es que se ha dado gracias a que resurgió la plaza pública como lugar de debate. Mientras en las elecciones pasadas se convirtieron en espacios cerrados, hoy, no en menor medida gracias al Acuerdo de Paz, estamos viendo la política de antaño, con megáfono y tomándose las calles de los pueblos y ciudades. En últimas, la pasión que abunda es síntoma de una democracia que está abandonando la timidez a la que la obligó la violencia de tantos años.

No podemos desperdiciar esta oportunidad. El llamado es a que los ciudadanos apoyemos las protestas pacíficas, el disenso sin violencia y la participación desarmada. También a que el rechazo a los ataques sea contundente y sin atenuantes. La democracia de Colombia está en juego.

¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.

Por El Espectador

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