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Por Cartagena

Cartagena está a una semana de elegir su destino por vía democrática. No solamente por la salida de su exalcalde Campo Elías Terán debido a un cáncer de pulmón que lo tuvo por fuera del cargo durante largos meses, sino también su muerte, que dejó en una especie de interinidad a una ciudad que ha sido azotada por malos gobiernos.

El Espectador
03 de julio de 2013 - 11:05 p. m.

Sólo hace falta un paseo por Cartagena, lejos de sus magníficas murallas, para darse cuenta de que está sumida en un estado de pobreza y de desigualdad absolutos. Es triste. Las cosas en las calles no se sienten de forma distinta: reina la desesperanza, pese a que las campañas suenen rimbombantes.

Es obvio que todos los ojos deben estar encima del proceso electoral en Cartagena. Es positivo lo que se ha hecho para que, en términos mecánicos, las elecciones rindan fruto. Una conformación seria del censo electoral, la digitalización del acta de escrutinio, la publicación de las actas, un sorteo real de los jurados de votación, verificación de los puntos de votación, traslado de los funcionarios electorales para asegurar en ciertos puntos la transparencia, en fin, medidas útiles para llevar a buen término los comicios. Pero, repetimos, en términos mecánicos.

Si bien esto es importante para que la democracia representativa tenga lugar, la segunda parte depende mucho de la votación en sí: su significado, su aplicación, lo que representa para una sociedad que ha estado a la deriva al menos ocho meses enteros.

Los cartageneros tienen que entender que no es poco lo que se juegan. Las sumas exorbitantes de dinero están ahí, para ser usadas. Mencionemos unas: el Plan Maestro de Drenajes Pluviales, una iniciativa para frenar las inundaciones permanentes que se dan en los inviernos, por ejemplo, costaría la bicoca de $300 millones. Quien gane la adjudicación de esta obra trabajará en ella 30 años seguidos. Pero hay más: el sistema de transporte masivo, la concesión de basuras, los macroproyectos inmobiliarios, en fin, proyectos millonarios que bien ejecutados construirían una mejor ciudad (como la que se necesita), pero que en las manos erradas serían un foco más de corrupción.

Oímos que las voces de los sectores políticos dominantes hablan, por un lado, de Dionisio Vélez, del Partido Liberal, una persona que promete no robar dizque porque ha tenido dinero como empresario exitoso, y, por el otro, María del Socorro Bustamante, de Cambio Radical, quien fue vista en una fiesta del Día de la Madre auspiciada ni más ni menos que por Enilce López, alias La Gata.

Los cartageneros deben ponerse a pensar qué es lo mejor para su futuro pese a que muchos vean que esta es una “alcaldía de transición”. Es una elección, igual. El voto de opinión, y no lo que digan las clases políticas dirigentes, es lo que debe primar en esta contienda. Puede que esté cantada la victoria de uno o de otro, pero no sobra un llamado a la conciencia para que la ciudadanía se pronuncie de forma razonada, como se espera de una democracia en el siglo XXI. Si la ciudadanía está cansada de lo mismo, aquí está, pues, frente al instrumento que puede generar el cambio.

Ya veremos.

Por El Espectador

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