Castiguemos a los de siempre: a votar y a hacerlo bien

El Espectador
11 de marzo de 2018 - 02:00 a. m.
Cada voto por una persona que entiende que ser congresista es un honor con deberes y no una oportunidad de lucro es una puntilla en el ataúd de los corruptos. / Cristian Garavito - El Espectador
Cada voto por una persona que entiende que ser congresista es un honor con deberes y no una oportunidad de lucro es una puntilla en el ataúd de los corruptos. / Cristian Garavito - El Espectador

La única solución es votar y hacerlo bien. ¿Está cansado de los escándalos de corrupción, del clientelismo que caracteriza a varios congresistas, de la política local como cómplice de personajes nefastos, de los debates individualistas que, en vez de construirse alrededor de ideas, se dan para extorsionar al Gobierno de turno, de los clanes que mueven electorado respondiendo al mejor postor? Entonces usted está cansado de los efectos perversos que la abstención y la desidia electoral producen. Salga a votar.

Ya conocemos quién va a triunfar hoy: la abstención. No es difícil predecirlo. Los colombianos sólo parecen despertarse cuando hay elecciones presidenciales e incluso ahí su participación es mínima. La ironía es que la elección del Congreso es tal vez más importante, pues sin un buen Parlamento no hay presidente que valga. No es casualidad que la mayor cantidad de escándalos políticos han estado relacionados con congresistas: son quienes más fácilmente abusan de su poder por la falta de ojos vigilantes.

Sin embargo, de nada sirve sentarse a lamentar el abstencionismo con sus múltiples factores. Esto es, paradójicamente, una oportunidad. Cada voto, literalmente, cuenta. Si somos pocos los que elegimos, es aún mayor la responsabilidad de hacer contar nuestro apoyo, de estudiar todas las opciones.

Este año abundan los buenos candidatos en todo el espectro ideológico. Castiguemos a los de siempre, a los que han estado cerca de la corrupción que tiene herido al país, votando por las alternativas transparentes, llenas de ideas, mesuradas en sus discursos y potentes en sus planteamientos. Hay creatividad, hay ganas de devolverle el brillo a la función pública. Cada voto por una persona que entiende que ser congresista es un honor con deberes y no una oportunidad de lucro es una puntilla más en el ataúd de los burócratas corruptos. Podemos, claro que podemos.

Los retos del nuevo Congreso son gigantescos. El país está en una etapa de transición y el rumbo se pierde entre la neblina de la polarización. El año pasado, el autoproclamado Parlamento de la paz sacó las garras y se convirtió en otra muestra más de una cultura política incapaz del altruismo y de los debates de altura. Eso no puede volver a ocurrir: Colombia no es un capricho al servicio de los líderes, es un proyecto común que debe llegar a consensos y tomar las decisiones difíciles que lleva demasiados años aplazando.

Es probable que, al final del día, el clientelismo no quede derrotado. De hecho, viendo cómo, pese a las múltiples advertencias, todos los partidos tienen candidatos problemáticos que seguramente serán elegidos, habrá motivos para la desazón. Pero no podemos conceder la lucha entera por perder otra batalla.

Al contrario, además de votar, la invitación es a celebrar las personas honorables que sin duda llegarán. También, por qué no, que esta elección sea el comienzo de nuevas comunidades democráticas ciudadanas que estén activas todo el año, no sólo cada vez que hay elecciones. El sueño de una Colombia mejor no acaba por una mala noche, se construye lentamente y, sobre todo, promoviendo el derecho al voto y la defensa de la democracia a todo momento.

¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.

Por El Espectador

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