Uno de los principales obstáculos para la reconciliación nacional ha sido y sigue siendo el cinismo de los líderes de las extintas Farc. La senadora Sandra Ramírez, del Partido Comunes, dijo que “los secuestrados tenían sus comodidades (...), tenían su camita, su cambuche”. Esto, en el marco de un homenaje que su colectividad le rindió a Jorge Briceño, comandante del Bloque Oriental de las Farc. También afirmó que el Mono Jojoy era un feminista: “Eso es algo que la gente no sabe”. Los comentarios fueron recibidos con justificada indignación, especialmente en los grupos de víctimas de las Farc.
Cuando estalló el escándalo, la senadora se retractó. “Quiero ofrecer excusas de corazón a las víctimas por mis desafortunadas declaraciones. No fue mi intención. También ofrezco excusas a quienes se sintieron ofendidos. Como firmante de la paz y senadora hoy, soy consciente de los gravísimos hechos, y muy dolorosos, que ocurrieron en la guerra”. Aunque la retractación es bienvenida, el “error” de la senadora muestra una realidad innegable: en las narrativas de la guerra, a lo largo de los años, varios miembros de las extintas Farc se han resistido a reconocer los horrores que cometieron y todo el dolor que causaron.
Hay que ser claros: las Farc cometieron atrocidades sin justificación alguna. Los secuestros se convirtieron en una de las peores tácticas de la guerra de guerrillas que llevaron a cabo. Durante los 90 y principios de los 2000, el esfuerzo terrorista de las Farc se construyó sobre el sufrimiento de decenas de miles de familias que vieron a los suyos desaparecer de un día para otro. Quienes fueron secuestrados no se encontraron con una “camita y un cambuche”, como si se tratase de un glamping vacacional, sino que entraban a un estado de negación de su humanidad, de sus derechos más básicos, y los condenaban a vivir momentos de tortura sin saber si saldrían con vida de esa situación. Hace poco, con lágrimas en los ojos, Íngrid Betancourt les preguntó a los ex-Farc si algún día llorarían juntos. Con su desdén, la senadora Ramírez parece contestar con un “no” vehemente.
Investigando los secuestros cometidos, la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) encontró crímenes de lesa humanidad “cuando tuvieron la intención, y la implementaron, de atacar de manera sistemática y generalizada a la población civil en los lugares donde esa guerrilla hacía presencia”. Por eso, imputó a ocho miembros del antiguo Secretariado de las extintas Farc-Ep crímenes de lesa humanidad y crímenes de guerra. Los exguerrilleros aceptaron los cargos. En total, la JEP encontró que las Farc secuestraron a 21.396 personas, por lo menos. Por donde se le mire, una atrocidad.
También es ridículo defender el supuesto feminismo de las Farc. Curiosamente, desde la firma del Acuerdo los ex-Farc han sido particularmente ambivalentes en torno al reconocimiento de la violencia sexual. Se trata, han dicho, de un asunto de honor y han reiterado que las mujeres dentro de la guerrilla tenían igualdad de derechos. Eso, por supuesto, oculta que la guerra tuvo rostro de mujer y que en efecto ellas fueron víctimas de la guerrilla. Abundan los relatos de violaciones, abortos forzados dentro de las filas y el reclutamiento de niñas y adolescentes. ¿Eso es feminismo? De nuevo con el cinismo.
El problema con estos pasos en falso es que generan más fricción en un Acuerdo de Paz atacado por todos los frentes. ¿Cómo alcanzaremos la reconciliación con discursos de este estilo?
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a elespectadoropinion@gmail.com.
Nota del director. Necesitamos lectores como usted para seguir haciendo un periodismo independiente y de calidad. Considere adquirir una suscripción digital y apostémosle al poder de la palabra.