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Colombia no puede guardar silencio ante Nicaragua

18 de agosto de 2022 - 05:00 a. m.
Con o sin excusas válidas, la ausencia de Colombia en la OEA para hablar de Nicaragua es una pésima noticia para la diplomacia del país. / Fotografía de Mauricio Alvarado Lozada.
Con o sin excusas válidas, la ausencia de Colombia en la OEA para hablar de Nicaragua es una pésima noticia para la diplomacia del país. / Fotografía de Mauricio Alvarado Lozada.
Foto: Mauricio Alvarado Lozada

La “democracia” nicaragüense es tan sólida, que ahora los sacerdotes de la Iglesia católica han sido declarados enemigos públicos del gobierno. Ese es el nivel de la degradación en el que Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo, tienen a su país. A la larga lista de transgresiones a los derechos humanos, que incluye el encarcelamiento de sus opositores políticos, el asesinato de estudiantes que protestan y la persecución hasta de escritores otrora miembros de las revolución sandinista, ahora se incluye una lucha sin cuartel contra los discursos que se están dando en las iglesias. Cuando te pone a temblar un sacerdote, eso habla muy mal de la fortaleza de tu legitimidad como líder de un país.

Por eso, fue extraño e inaceptable que Colombia no estuviera en la sesión extraordinaria de la Organización de Estados Americanos que condenó los hostigamientos que están ocurriendo en Nicaragua. El embajador designado, Luis Ernesto Vargas, dijo que “alguien empezó a culparnos como funcionarios sin que aún lo seamos. No hemos sido nombrados, mucho menos hemos presentado documentos para la posesión, pero ya nos están imputando omisiones”. Insuficiente excusa: ¿cómo así que el nuevo Gobierno ha sido tan negligente como para no asegurarse de tener los funcionarios que estén presentes en discusiones relevantes en la OEA? Con la renuncia del exembajador Alejandro Ordóñez, el argumento de Vargas es que básicamente no hay nadie de Colombia en el organismo multilateral. Eso, de por sí, es censurable.

Lo es más aún cuando el presidente Gustavo Petro no ha sido claro en su actuar diplomático con países donde la democracia ha sido destrozada. El restablecimiento de relaciones con Venezuela ha venido acompañado de un curioso silencio en torno a las violaciones de derechos humanos del régimen de Nicolás Maduro. Ahora, ante los abusos de Nicaragua, para efectos prácticos Colombia guardó silencio —con o sin excusas—. Eso es inadmisible.

Y es que no se puede adoptar una posición tan cómoda como la de México, donde el presidente Andrés Manuel López Obrador dice que no se entromete en asuntos internos. Cuando hay opresión, ataques a la democracia, torturas y asesinatos de jóvenes, los países que defienden el orden multilateral y la carta democrática deben alzar la voz. A propósito, por supuesto que Colombia también debe recibir esas críticas de otras naciones cuando nos desviemos de los principios que hemos acordado.

El silencio es abandonar los pueblos a su suerte, decir que no importa cómo se comporten nuestros aliados, permitir el horror y ser cómplices bajo la idea de que “no es nuestro problema”. La OEA, por ejemplo, fue creada con la idea de que todos los países de la región vigilan la democracia y los derechos humanos, se apoyan y también se presionan cuando haya transgresiones.

Hoy, en Nicaragua, el obispo Rolando Álvarez está confinado en su diócesis porque el régimen lo está cazando. Colombia no puede guardar silencio.

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