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Colombia sigue siendo cruel con las personas que más empatía necesitan. Las mentiras, la desinformación y las trabas burocráticas innecesarias siguen haciendo que el derecho a la eutanasia, la muerte digna, siga siendo un espejismo en el país. Al desinterés del Congreso por legislar sobre el tema se suma otro caso más de una persona —una mujer de 71 años— que ha tenido que sufrir innecesariamente una enfermedad mortal solo porque los prestadores de salud ven con malos ojos autorizar la eutanasia. Lo que no cuentan es que en medio de sus excusas, que exigen invocar abogados y jueces, se esconde un acto cruel e inhumano: obligar a alguien a padecer dolores y situaciones que pudieron evitarse.
Lo vamos a insistir las veces que sean necesarias: la eutanasia es un acto de empatía. El ruido que genera el tema niega las complejidades de cada caso. Al mirar la historia de los colombianos que han llegado a solicitar ejercer su derecho a una muerte digna, vemos situaciones límite, que parten de un entendimiento sobre el dolor y lo que se está dispuesto a sobrellevar en el tiempo que queda de vida. No son caprichos, no son actos de desafío a la religión, no son medidas cobardes. Al contrario, se trata de situaciones donde la autonomía personal se encuentra con la dignidad.
Lo vemos en el caso de Yolanda Chaparro. Con un diagnóstico de esclerosis lateral amiotrófica (ELA), sabía que iba a morir. No solo eso, sino que la enfermedad le iba a causar mucho dolor y situaciones deshumanizantes. Como explica el Laboratorio de Derechos Económicos, Sociales y Culturales: “La ELA es una enfermedad que afecta las células nerviosas que controlan los movimientos voluntarios de los músculos. Pasado un tiempo las neuronas motoras comienzan a deteriorarse a tal punto que los músculos no pueden funcionar para actividades como caminar, hablar, respirar y comer. Progresivamente, las personas que tienen ELA pierden el control de su cuerpo y quedan atrapadas, en los casos más graves solo pueden mover sus ojos. No hay cura para esta enfermedad mortal”.
Chaparro quería evitarse ese deterioro y cumplía los requisitos dispuestos por la Corte Constitucional para acceder a la eutanasia. Sin embargo, la IPS Instituto Roosevelt y Compensar EPS le negaron el derecho porque no era una enfermedad terminal. Eso es lo ridículo del debate: a partir de ahí, con tutelas y abogados de por medio, la discusión se centró sobre qué es o no una enfermedad terminal, cuándo se puede solicitar la eutanasia y otras grandes preguntas que no se conduelen con la experiencia de la persona que está sufriendo las trabas burocráticas. Mientras tanto, Chaparro sufría y sus dolores aumentaban. Como le contó Lucas Correa Montoya, su abogado, a Noticias Caracol: “A Yolanda le hicieron conejo porque ella solicitó hace más de un año este procedimiento justamente para evitar estar en el nivel de deterioro en el que está actualmente. Ella quería evitar estar postrada en cama, quería evitar atragantarse al momento de comer y evitar el sufrimiento posterior”.
Ahora, por fin, Chaparro pudo acceder al derecho a la eutanasia. Pero algunas preguntas nos quedan a todos los colombianos en esta sociedad temerosa de la muerte y sus complejidades: ¿era necesario causarle tanto dolor? ¿Es útil seguir obstaculizando la eutanasia? Como le dijo Chaparro a Noticias Caracol: “Dignidad para morir es no llegar a unos estados tan degenerativos, sino morir prácticamente con sus facultades, autonomía y desplazamientos físicos. Dignidad es eso, el respeto que uno como ser humano merece”. Deberíamos escucharla.
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